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Debut de Carlos Gardel en la NBC

SUCESO GARDELIANO N°4 - 12/11/2019

Debut de Carlos Gardel en la NBC

EL PRIMER PROGRAMA RADIAL NBC EN NEW YORK

Gardel en NBC

El 9 de diciembre se disputaba en Londres un partido amistoso entre las selecciones de Inglaterra y de España. Gardel estaba filmando en París, Francia. Los jugadores del Barcelona Football Club, en particular Josep Samitier y Ricardo Zamora, le insistieron para que vaya al evento. El Zorzal les había acompañado en el partido de ida de la final de la Copa del Rey de 1928 en Santander, contra la Real Sociedad, que consagraría al Barcelona primer campeón de la Liga Española de Fútbol, y en agosto de ese año Gardel fue el anfitrión del equipo durante la primera Al día siguiente nos reunimos en el salón de música del hotel. Descansados ahora y después de un suculento desayuno, en el que pudimos apreciar el magnífico apetito matinal de Castellano, el pianista, restregándose Gardel vigorosamente las manos, con el ímpetu de un explorador que viene a conquistar mundos nuevos, todos infinitamente más cordiales y entusiastas que la noche anterior, comenzamos a repasar las canciones con las que Gardel debutaría en la NBC en esos mismos días. Mariani sugirió como rúbrica de los programas el tango «Buenos Aires». Esta canción, que nos pareció una elección feliz, encontró la inmediata aprobación de Gardel. 

Buenos Aires era la ciudad más identificada con la carrera del artista. Desde su llegada con su madre de su nativa Francia, siendo niño de muy tierna edad, fue en Buenos Aires donde hizo Gardel sus primeras armas. Buenos Aires, que lo consagró
más tarde su artista predilecto y que lo bautizara con el nombre de El Zorzal Criollo.
Cuando hubimos compaginado el primer programa y después de algunas instrucciones de Gardel y Mariani, me llevé las partes de piano y canto a mi casa, para comenzar a preparar las orquestaciones.

Gardel NBC

El exiguo tiempo de que disponíamos había que aprovecharlo, trabajando en ocho orquestaciones y rúbrica, para una orquesta de treinta profesores, que debían estar listas en cuarenta y ocho horas. Trabajé todo ese día, esa noche, el día siguiente y parte de la noche. Afortunadamente, completé mi tarea con tiempo justo para tomar unas pocas horas de indispensable reposo.
Bien temprano esa mañana —el día de los ensayos y el programa— con mi tarea llevada a feliz término, salí de mi casa alborozado como un niño, en dirección a los estudios de la NBC. Hicimos un ensayo previo de piano. Algunas observaciones y correcciones de Gardel fueron debidamente tomadas en cuenta. Con gran satisfacción de mi parte, pude observar que Gardel era un artista en extremo cooperativo, accesible, tratable. Sus observaciones eran hechas a manera de sugerencias, casi con timidez, temeroso de que sus correcciones pudieran ofendernos.

Lucía, un pequeño pero magnífico restaurante italiano, ubicado en la calle 54 y Séptima Avenida, a pocas cuadras de los estudios de la NBC.

Esa misma tarde se realizarían los ensayos de orquesta para el programa radial. Yo estaba bastante nervioso, sabedor de la responsabilidad que sobre mí recaía como autor de las orquestaciones y no cesaba de preguntarme: ¿Le gustará mi trabajo? … ¿Impugnará mis esfuerzos? Tratando de vencer mis dudas me decía a mí mismo: Sabré interpretar su reacción por sus gestos, por su expresión … Pero, a pesar de que trataba de cobrar ánimo, el terror me atormentaba y un sudor frío me corría por el cuerpo.

Llegó la hora de la prueba. Los profesores sentados ante sus respectivos atriles; Gardel, completamente dueño de sí, examinaba sus canciones; desde su estrado, Hugo Mariani aprestándose a iniciar el ensayo y repiqueteando la batuta, llamaba al orden a la orquesta. 

Entrada actual de la NBC en New York

La primera pieza que se ensayó fue «Buenos Aires», la canción que debía servir de rúbrica. Ante una orquesta de esas dimensiones, temeroso Gardel de que se entrometiera demasiado y entorpeciera así su labor de intérprete, oía el acompañamiento con mucha atención y cierto recelo, mientras cantaba la letra en voz baja. No toleraba que nada pudiera inmiscuirse en su canto, y de vez en cuando echaba miradas furibundas en dirección a los músicos. Era obvio que el artista consideraba a la orquesta como el grupo de oposición … y lidiar con esta pandilla de músicos no era tarea fácil. Estaba acostumbrado a cantar con guitarras, que acompañaban al cantante en los términos más simples, a veces ingenuos, enteramente subordinadas a la fantasía o el antojo del intérprete. Hasta entonces Gardel no había cantado nunca con una orquesta de treinta profesores, como la que le enfrentaba esa tarde, y muy pocas veces con .orquesta alguna, en cuyo caso el acompañamiento orquestal siempre había sido apenas un murmullo tímido, apocado, reduciéndose a llenar los huecos de la melodía, algunas veces con verdaderos virtuosismos instrumentales, pero generalmente con chácharas anodinas, insustanciales. 

Antes de comenzar a escribir las instrumentaciones, yo había tenido la precaución de estudiar una cantidad de discos de Gardel con acompañamiento de orquesta. Con raras excepciones, los encontré inadecuados. Acostumbrado a la estética de la instrumentación norteamericana (la introducción del micrófono trajo grandes modificaciones en el arte de orquestar para la radio y el disco) esa premisa gardeliana de timidez musical era difícil de aceptar. Sin embargo, no podíamos contrariar demasiado los deseos del intérprete, introduciendo bruscamente combinaciones sonoras a las que no estaba acostumbrado.

Mi credo estético consiste en fundir intérprete y orquesta en una sola masa sonora; que la orquesta comente las infinitas gradaciones emocionales de la canción con la misma intensidad que le infunde el intérprete, que ruja con el intérprete, que implore con el intérprete y que juntos, intérprete y orquesta, recorriendo la gama de emociones humanas, alcancen incontenibles, corno en el desenlace de un drama, la vehemente culminación de la realización interpretativa.

Esa misma tarde tuve oportunidad de constatar que mi estrategia estaba bien fundada. Una de las piezas que se ensayaban era el hermoso tango de Charlo titulado «Cobardía». El estribillo se inicia con las palabras:

«Yo sé que es mentira todo lo que estás diciendo, que soy en tu vida solo un remordimiento».

Así describe el doloroso vía crucis del atormentado amante. Un obstinado crescendo de mortificante desdicha alcanza su punto culminante en una fuerte explosión emocional, en que las fuerzas instrumentales, siguiendo la curva cumulativa del intérprete, estalla en un poderoso acorde seguido de inmediato por el eco, noble y resignado en la armonía, que es casi un suspiro de cuatro instrumentos de metal —dos trompas y dos trombones, planísimo— sobre el cual el intérprete anuncia el desenlace de su inmensa tragedia: «Lo sé, y sin embargo sin esa mentira no puedo vivir».

Por un instante todos quedamos galvanizados ante la magistral interpretación del artista excelso, inclusive aquellos de los presentes que no entendían el texto español. Todos, como una sola persona, aplaudimos con frenético entusiasmo. Gardel, feliz por su primer triunfo en Nueva York, se vuelve hacia mí, y con el gesto típico de completa aprobación, consistente en llevarse los dedos pulgar e índice al lado derecho del labio superior, como retorciéndose un bigote imaginario, anuncia en él más puro acento porteño:

—Che, Tucci, macanudo, viejo. ¡Macanudo! Esa misma noche, la voz triunfante de Carlos Gardel, el zorzal criollo que venía a conquistar nuevos laureles por cielos norteños, se escuchaba en incontables millones de hogares norteamericanos.

 

Del libro de Gardel en Nueva York

Por Terig Tucci