1911 El encuentro Gardel Razzano

Admiradores de la canción criolla reúnen a “El Oriental” y a “El Morocho” en la casa de un pianista apellidado Gigena, en el Abasto. Posteriormente. En el café “Del Pelado”, ambos comparten una segunda tenida. Enrique Falbi, empresario amigo de Razzano, vincula a los cantores con la sociedad rural del interior bonaerense. Francisco Martino, amigo de ambos desde hacía tiempo y también presente, se entusiasmó con el plan y ofreció unirse a ellos.

Es el año en que “oficialmente” se conocieron Gardel y Razzano. Según las memorias de Razzano, fue en ocasión de celebrarse una reunión privada en la casa de un pianista apellidado Gigena, en el Abasto. Posteriormente, Gardel visitó el café “Del Pelado” de la esquina de Entre Ríos y Moreno, en el barrio de Balvanera. Razzano vivía cerca de allí y también cantaba en el “Bar de Calegari”, en Corrientes y Paraná (pegado al domicilio de Gardel). El encuentro en el café “Del Pelado” finalizó en la casa del señor Enrique Falbi, empresario amigo de Razzano, quien conseguiría vincular a los cantores en la sociedad rural del interior bonaerense.

Puede afirmarse con alguna certeza que a partir de esta fecha comenzaron a comprometerse con conjuntos estables. Se los recuerda actuando en bares del Once, Balvanera, Abasto, Barracas, La Boca, Avellaneda, Sarandí, Congreso, entre otros. Comenzaron a frecuentar el Café “De los Angelitos”, sito en la esquina de Rivadavia y Rincón.

Delmiro Santamaría nos ofrece una reseña de aquel tiempo ido: “Un día, en 1911, un amigo mío que trabajaba en el Mercado de Abasto me vino a decir: ‘Delmiro, hay un muchacho que es una maravilla, canta como los propios ángeles. ¡Tenés que escucharlo!’. Ya no pude aguantar la tentación y ahí nomás nos fuimos los dos. En un conventillo de la calle Corrientes, al fondo de todo, vivía el muchacho con su madre, en una pieza chica con dos camitas y un biombo en el medio. Cuando supo por qué íbamos a verlo, se puso a reír. Enseguida nos pusimos a matear y como al lado de la cama había una guitarra chica, le pedí que nos cantara algo. En cuanto lo oí cantar, sentí que eso era distinto a todo lo que había escuchado hasta entonces. Santamaría enseguida invitó a Carlos a su propia casa, sin duda ofreciéndole algo a cambio. Carlos se negó al principio, pero luego aceptó. Por la noche, a eso de las 19, se formó una rueda. Gente de mi casa y vecinos que pedían permiso para entrar. La reunión duró hasta las dos de la mañana en donde Gardel cantó, sin parar casi, más que para tomar algo y él volvió a menudo desde aquella vez, donde todo el mundo empezó a hablar del cantor extraordinario”.

Según la tradición, un amigo del oriental, Luis Pellicer, decidió localizar a “El Melena”. Se invocaron los buenos oficios de Gigena (de quien nada se sabe, excepto que tocaba el piano y vivía en la calle Guardia Vieja, cerca del Mercado del Abasto). Gigena aceptó prestar su casa para una tenida, una sesión en que los cantores rivales medirían sus aptitudes en una competencia directa. Dichas competencias eran comunes en la época, especialmente entre payadores: una especie de desafío de voces y guitarras que representaban el honor de dos barras rivales.

Las impresiones de Razzano sobre la ocasión, aún eran vívidas años más tarde, cuando Francisco García Jiménez le pidió que las describiera. El vestíbulo de Gigena, con dos grandes ventanas que daban a la calle, estaba atestado (había por lo menos treinta personas) cuando llegaron Pellicer y Razzano. Carlos ya estaba allí. Los cantores fueron presentados formalmente. “Me han dicho que usted canta bien”, dijo Carlos. “Me defiendo”, repuso Razzano, “pero las mentas suyas son grandes”, agregó. La atmósfera fue instantáneamente cordial. Razzano comenzó cantando los estilos “Entre colores” y “La carcajada”. Gardel replicó con “El sueño” (estilo), “Pobre mi madre querida” (vidalita), “El pangaré” (canción), “Yo sé hacer” (cifra), “El almohadón” (vals). Los presentes aplaudieron, los cantantes se abrazaron, pronto se volvieron a llenar las copas. A los repetidos gritos de “¡Bravo!” los dos hombres continuaron cantando, colaborando en vez de competir, por el resto de la noche, hasta las primeras luces del alba. Era el comienzo de una gran amistad.

La costumbre imponía que se devolviera la gentileza, pues el encuentro se había producido en territorio de Gardel. La devolvió pocas noches después. La multitud reunida apenas cabía en el Café del Pelado. Un amigo de Razzano, Enrique Falbi, ofreció su casa cercana. Una vez más los presentes aplaudieron con frenesí. Falbi trabajaba para una importante compañía de seguros (era telegrafista de cuarta clase) y tenía contactos en toda la provincia de Buenos Aires. Esos contactos eran útiles para iniciar una gira. Gardel y Razzano podían integrar un conjunto vocal y probar suerte en los pequeños pueblos pampeanos, donde los entretenimientos escaseaban. Esto también les brindaría una útil experiencia preliminar antes de buscar trabajo en los teatros de Buenos Aires.

Francisco Martino, también presente en la tenida de la casa de Falbi, se entusiasmó con el plan y ofreció unirse a ellos. En realidad, Martino solía cantar junto a Razzano desde 1902 y el año anterior habían grabado en disco “La china fiera”. Era además muy amigo de Gardel desde hacía mucho tiempo (otro motivo que hace pensar que es poco posible que se conocieran recién en 1911). “Yo —dijo Razzano— me opuse, pero Gardel y Martino salieron y durante un mes cantaron por diversos pueblos regresando luego a Buenos Aires. El éxito alcanzado en esta gira hizo que me entusiasmara y poco después salíamos de gira pero no tres sino cuatro”. En verdad, esa primera gira duró varios meses; el binomio Gardel-Martino no conquistó mucha gloria ni mucho dinero.

Ese año José Razzano grabó en solitario “Pavadas” (media cifra), para el sello Era, propiedad del pintoresco Carlos Domingo Nazca, “El Gaucho Relámpago”.

Al comparar ambas maneras de cantar resulta obvio que existe una similitud de estilos, influenciados por los mismos artistas, José Betinotti y Arturo De Nava especialmente. En esa época casi todos cantaban sobre un molde básico. El investigador Jorge Juárez, cuyo abuelo fue amigo de Betinotti, Gabino Ezeiza y Carlos Gardel, cuenta que la versión gardeliana del estilo “Pobre mi madre querida” tiene una línea melódica tan acertada, que luego su autor, Betinotti, comenzó a cantarlo en la forma que impuso el Zorzal.

Alberto Bardi ha comparado estas primeras grabaciones de Razzano y nos da su opinión al respecto: “Razzano tenía de forma natural registro de tenor lírico, pero su voz carecía de impostación natural, siendo su agudo estridente, como consecuencia lógica de una emisión forzada”.

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