1912 Primera gira
Constituido el dúo Gardel-Martino, proyecta una gira por el interior bonaerense. A su regreso a la ciudad porteña, el dúo deviene terceto Gardel-Martino-Razzano. El contrato que Gardel firma este año con la casa Tagini para realizar una serie de grabaciones sería el inicio de su carrera profesional.
El contrato de grabación que Carlos Gardel firmó con Casa Tagini, el 2 de abril, señala el minuto cero del nacimiento del artista profesional.
En ese momento cedió todos sus derechos y acciones sobre las composiciones de las cuales era compositor o autor.
El señor Giuseppe Tagini, joven empresario, dueño de la casa discográfica más importante del momento en el país, llegó desde Génova el 2 de marzo de 1896, con tan solo 19 años. Una década después ya había forjado su imperio. Primero instaló un comercio en calle Florida, hasta que consiguió mudarse a este enclave privilegiado, en las esquinas de avenida de Mayo 601-611 y Perú 25-31. De la ferretería pasó al bazar, luego a los artículos de moda y complementos, después al material fotográfico. Cuando se popularizó el gramófono se dedicó de lleno a su comercialización, en paralelo a la venta de cilindros y discos. Se propuso —y consiguió— la representación en Argentina de la discográfica Columbia Phonograph Company, y también de Odeón, adquiriendo completo el catálogo de artistas. A su vez, montó un estudio de grabación dentro del local para producir sus propios lanzamientos. Por allí pasaron varios músicos criollos, orquestas típicas, payadores, cantantes de ópera. Algunos de los primeros personajes que integraban esos primeros discos son Alfredo Gobbi, Ángel Villoldo, Gabino Ezeiza, Arturo Mathón, José Betinotti, Flora Rodríguez de Gobbi y Juan Faustino Sarcione.
Carlos Gardel cumplirá al pie de la letra todos los términos del contrato incluyendo la cláusula segunda que le impide interpretar los mismos temas durante cinco años a partir del 2 de abril de 1912. De hecho, recién volverá a grabar otra canción justo un lustro después, en abril de 1917, y será “El tirador plateado”, esta vez para la Compañía Max Glücksmann. Será la misma canción que escogerá para su despedida: la graba para Odeón, el 6 de noviembre de 1933, antes de viajar a Europa, convirtiéndose en su último registro folklórico en suelo rioplatense pues la muerte le impedirá regresar.
Carlos termina su turno de grabaciones. Tras abandonar aquel infierno turco que es la sala de registros busca a su amigo Salinas para estrecharlo en emocionado abrazo, dándole por enésima vez las gracias.
Aquél día de 1912 “El Víbora” estampó placas junto a Augusto Di Giuli, tenor uruguayo, nacido en Cerro Largo. Di Giuli se sorprendió por el estrafalario “look” del joven Carlitos: pelo negro largo, raya al medio; piel mortecina; camisa con cuello gastado e impecable planchado; zapatos rotos. Llevaba la guitarra forrada en su totalidad con papel de diarios y el tenor uruguayo se preguntó si sería una técnica nueva para mejorar el sonido; aunque concluyó que debía tratarse más bien de una manera de disimular el ruinoso estado del instrumento. Carlitos le apretó fuerte la mano y con afable, cándida, sonrisa le invitó a festejar el acontecimiento. “¡Véngase Usted también a mi casa, compañero! ¡Con estos cuatro manguillos la vieja nos va a preparar una comilona fabulosa, che!”.
En ese momento llegó Alfredo Eusebio Gobbi, también conocido como Gobbino 77, otro famoso cantor oriundo de Paysandú. Los muchachos presenciaron la actuación. Quedaron fascinados con el oficio y experiencia de que hacía gala el criollo. Al terminar, Saúl Salinas le pidió opinión respecto a los primeros discos que plasmara su amigo. Gobbi escuchó con atención las matrices y emitió el siguiente veredicto: “Joven, tiene usted una hermosa voz, clara, varonil y sentimental; si se cuida va a ser un cantor muy debute”.
Gobbino y su esposa Flora hacía rato que grababan tangos cantados (por ejemplo, “El criollo falsificado” de 1907, que es una parodia de “El porteñito”, o tangos cómicos de Ángel Villoldo), pero nadie podía prever que en la siguiente década se iba a producir una revolución musical internacional con una nueva forma de tango-canción impuesta por este cantorcito que ahora se ruborizaba al pedir consejos. Está claro que todavía faltaba para que aflore todo su potencial interpretativo, aunque debemos recordar que en ese entonces su canto estaba pensado para las actuaciones en directo y no para ser escuchado desde un aparato mecánico.
El cantor de tangos Alberto Bardi afirma que: “Gardel, como cualquier otro profesional, edificó su estilo basándose en las influencias de cantores que lo antecedieron en este arte. También admiraba y pedía consejos a los tenores o barítonos de ópera. Así, de forma tan heterogénea, fue creando su personal estilo, único. Hay dos cosas que debemos tener siempre en cuenta: una que fue un cantante ‘a la italiana’, porque cantaba la clave de sol respetando la línea melódica de acuerdo a la partitura, y si le hacía alguna modificación, siempre era para elevar la calidad de la misma. La segunda cuestión es que Gardel experimentaba todos los géneros musicales posibles. A lo largo de su carrera dejó registrados veintisiete géneros distintos y siempre salió airoso”.
También coincide con ese análisis Rubén Pesce en el libro “La historia del tango”, volumen 9: “Se puede advertir allí a un tenor sin escuela, pero que intenta con notable segundas notas altas y calderones, alardea en los agudos, y todo lo reviste de una musicalidad y una emotividad hasta entonces desconocida; su voz de tenor lírico de barrio, pues, no es muy potente, pero sabe manejarla, dosificando la respiración. Su escuela es la combinación de los bardos populares, de particular sabor, con la de los cantantes teatrales que solía imitar. Mezcla de intuición y observación y, tal vez, de algún consejo a pedido (si le recomendaban que estudiase, no podía hacerlo por falta de recursos). Y después, se agrega su temperamento, sus ansias de cantar, su alegría de escuchar su propia voz, su impulso vital, y su decisión y confianza en sí mismo. Todo eso se puede descubrir en las grabaciones de 1912, a pesar de la precariedad del sistema fonográfico”.
Existe una carta que conservó la familia Razzano donde Gardel transcribió los versos de “El poncho del olvido”. Su valor consiste en que refleja los primeros años artísticos del cantor. Es contemporánea a sus primeras grabaciones, y a la época en que comienza a utilizar de manera definitiva el nombre y apellido que quedará para la historia y con el que todo el mundo le conocerá. Nos habla de sus intereses artísticos en ese momento, y de su relación con Andrés Cepeda, “El Poeta de la Prisión”.
De los cinco versos originales de Andrés Cepeda, Gardel transcribe tres (primero, segundo y quinto). El verso segundo no aparece en la canción que grabó en abril de 1912. Por cierto, tampoco es seguro si la fecha que coloca Gardel es 23/1912, o bien 2/3/1912. Lo más probable es la última opción (2 de marzo de 1912) de modo que hizo la transcripción apenas un mes antes de debutar para la compañía grabadora del Sr. Giuseppe Tagini.
Carlitos fue de los primeros en musicalizar obras de Cepeda y en imprimirlas en discos “Columbia” (Casa Tagini) en el año 1912. Las letras las anotó como de su autoría, ya que en esa época el control de los derechos de autor era casi una utopía, y además Cepeda había muerto sin dejar descendencia. Con las grabaciones, los versos de “El poncho del olvido” fueron en aumento exponencial y Edmundo Montagne escribió en 1927 que “en lo que va de siglo, que ha de ser poco más o menos el tiempo de su existencia, ha logrado hacerse aprender de memoria por gentes de todas clases y rangos sociales”.
Gardel, unido a su amigo Francisco Martino —fino cantante, habilidoso con la guitarra, buen bailarín de zapateo y malambo—, deciden probar suerte como cantantes iniciando una gira por el interior de la provincia de Buenos Aires y llegando hasta los límites del territorio nacional de La Pampa (convertido en provincia a partir de 1951).
La gira se inició después que Gardel grabara las matrices de sus primeros discos, a mediados del mes de agosto, recorriendo las estaciones de la línea del Ferrocarril Oeste de Buenos Aires (hoy Sarmiento).
Gardel y Martino pensaban llevar al interior un repertorio netamente criollista: estilos, cifras, vidalitas, valses. Se trataba de una propuesta innovadora para los oídos de aquellos tradicionales oyentes del interior, poco acostumbrados a la música, o a lo sumo a oír payadas improvisadas. Los capitalinos debutantes proponían canciones con letras ensayadas, sin imprevisiones y con habilidad para ejecutar la guitarra. A Martino le correspondían las interpretaciones románticas, a las que añadía “versos no exentos de picardía”. Se permitía además algunos números de guitarra solista, instrumental y exhibiciones de zapateo. Gardel amenizaba los interludios recitando poemas gauchescos reflexivos o jocosos. Pero la intención principal de ambos artistas, el centro de la exhibición, era introducir el cancionero reflejado en sus flamantes discos grabados. Las canciones se desarrollaban en contrapuntos, diálogos, y dúo de voces a fin de aumentar el sonido (recordemos que eran inexistentes los micrófonos y los amplificadores de volumen).
La primera parada que hicieron Gardel y Martino fue la bonita ciudad de Chivilcoy, que contaba entonces con 12.000 habitantes. Actuaron en un café denominado “La copita de plata” o “La tacita de plata”, luego “Café los Vasquitos”, sito en la esquina de Deán Funes y Belgrano. Pasaron a “La Roldanita”, en la esquina de las calles que hoy se denominan Rossetti y Belgrano, justamente a la vuelta de la sastrería de don Francisco Contursi, el padre de Pascual Contursi, futuro autor del primer tango canción “Mi noche triste”.
Las siguientes paradas fueron: Mercedes. Ciudad que tenía algo más de 15.000 habitantes. Actúan en el biógrafo del Club Social del pueblo.
Alberti: Apenas un pueblo de 1.000 habitantes. Actuaron en los galpones de la Estación Central Alberti.
Bragado: En “Confitería-Bar Fernández”, casona ubicada en la esquina noroeste de la plaza de la estación.
9 de Julio: Se cree que actuaron allí, en algún lugar que hasta ahora ha sido imposible de consignar.
Carlos Casares: Ciudad con algo más de 15.00 habitantes. Los cantantes se presentaron en la fonda “El Norte”, entre calles Chacabuco y Apiola.
Patricios: Pueblo agrícola y ganadero, de unos 3.500 habitantes. Los músicos cantaron en el galpón de descargas generales de la Estación Patricios del ferrocarril de la Compañía General de la Provincia de Buenos Aires (hoy General Belgrano), cedido por el Club Social de Patricios. Se trataba, según los memoriosos del lugar, de un espacio reducido rodeado de sulkis, charrets y caballos ensillados.
Guanaco: Un pequeño pueblito, del partido de Pehuajó, en el que fueron invitados a tocar en el Bar de “Don Clímaco Scala”, hoy “Casa Nico” de la familia Gottardi. Se estima que durante su estadía de dos días se alojaron en la estancia San Juan, en esa época propiedad de la familia Drysdale. Otras fuentes aseguran que se alojaron en la estancia La Nueva Escocia, propiedad de la misma familia Drysdale.
Otros emplazamientos de Pehuajó que al parecer visitaron por recomendación de la familia Drysdale fueron Mones Cazón y Juan José Paso.
Llegaron hasta el Territorio Nacional de La Pampa.
Quemú-Quemú: Pequeño asentamiento en el que se presentaron en la pulpería “La Central”, frente a la estación. Al mismo lugar regresaron en octubre de 1913.
Telén: Otro pueblito de menos de 800 habitantes. Invitados por el payador Damacio Peralta, actuaron en el “Hotel Telén”.
General Pico: La segunda ciudad más poblada del territorio de La Pampa, con una población de 12.000 habitantes. El viernes 15 de noviembre los dos amigos se presentaron en el gran salón del cine-Bar “Don Pepe”. Mantuvieron conversaciones con dos estancieros, Nicolletti y Barena, quienes les aconsejaron proseguir cultivando las canciones folclóricas y les brindaron la posibilidad de actuar esa misma noche en el “Hotel Zanoni”; algunos lo recuerdan con el nombre de “Hotel Comercio”, de la sociedad entre Zanoni y Regazzi. Era uno de los más lujosos, donde se realizaban excelentes banquetes.
Gardel se queja de sus grabaciones hechas para la Columbia Record.
Emprenden regreso a Buenos Aires.
Hacen escala para actuar en Trenque Lauquen, ciudad cabecera del partido homónimo, vecino a General Pico. Su nombre aborigen significa “Laguna Redonda” ya que el territorio carece de río pero posee muchas lagunas. El periódico local “El Independiente” en su edición del día 16 informa que: “Se encuentran los jóvenes Carlos Gardés y Francisco Martino, quienes piensan dar dos veladas de canto, la primera de las cuales se realizará esta noche en los salones del Club Social. Los jóvenes mencionados, con toda modestia, nos declaran que no son payadores ni mucho menos improvisan. Simplemente ejecutan en la guitarra aires criollos y cantan estilos netamente nacionales. Que lo hacen bien no hay que dudarlo, pues en los colegas del canje, leemos juicios elogiosos sobre el mérito artístico de los jóvenes cantores, juicios que ellos confirmarán plenamente a buen seguro”.
El sábado 16 y domingo 17 de noviembre, reaparecen en los Salones del Club Social, frente a la actual Plaza San Martín, donde hoy funciona un hotel.
La mayor parte de los lugares y fechas provienen de la tradición oral, apoyada en mínima documentación escrita, por lo tanto, podrían ser datos falibles. Ello no es óbice para que en la mayoría de los sitios se hayan colocado placas y monumentos conmemorando el paso del mítico cantor. Tales eventos en su día pasaron con más penas que gloria. “Si habremos pateado en aquellos tiempos, por cines, teatros y espectáculos —recordará Gardel—; ofreciéndonos por nada, con tal de cantar, pero era inútil. No nos conocían y no nos querían; por lo que con toda cortesía nos daban con las puertas en las narices”.
En general las actuaciones se hicieron en los mismos hoteles y pulperías donde se alojaban a cambio de comida y una habitación; la recaudación fue muy escasa. A pesar de todo, les resultó una experiencia provechosa desde el punto de vista artístico.
Regresan a la Capital en el Ferrocarril Oeste. Arriban a la estación Once de Septiembre, ubicada en el barrio de Balvanera, en inmediaciones de la Plaza Miserere. Unos días después se reencuentran con José Razzano en la Cantina “Chanta Cuatro”, justo frente al Mercado del Abasto, lugar gastronómico favorito de Gardel, donde solía pedir sopa de ajo, puchero, o guisado de carne con verduras. Entre los tres analizan aquella incursión, extrayendo lo positivo y negativo para que sirva de experiencia en futuros proyectos.
Forman un terceto y consiguen actuar en los festivales de Casa Suiza en calle Rodríguez Peña 254, organizados en beneficio de los damnificados por la crecida del arroyo Maldonado.
Tras la función Saúl Salinas se acercó con la intención de interesar a José Razzano para formar un dueto; pero los componentes del trío invitan al cuyano a integrar, entre todos, un cuarteto. Salinas les propuso una idea innovadora: en lugar de cantar los cuatro al unísono se dividirían en dos tonos distintos. Razzano-Martino harían de primeras voces, más altas o agudas, mientras que Gardel-Salinas aportarían las segundas voces, o sea, las partes bajas o graves.
La técnica era complicada, empero, en una época en la que todavía no existían micrófonos ni altoparlantes, ayudaba a dar volumen a la interpretación, al tiempo que se creaban giros, armonías, modulaciones más enriquecedoras, nunca antes escuchadas.
Nótese el detalle que en las fotos promocionales que se tomaron en 1913 usan la misma indumentaria, con un único cambio: Gardel y Salinas llevan corbatas cortas negras, mientras que Razzano y Martino lucen en el cuello moños negros. Quizás ese pequeño accesorio fuera un guiño al público entendido, señalando la diferencia de tonos que representaba cada miembro del grupo.
Comienzan a ensayar esta nueva performance con el fin de iniciar una gira por la provincia de Buenos Aires a comienzos del año nuevo.
Según el cantor y compositor Juan Carlos Marambio Catán, que luego formaría dúo con Salinas, este basó su técnica grupal analizando las grabaciones de los pioneros de los discos mexicanos, en especial del dúo formado por Jesús Abrego-Leopoldo Picazo, y también del dúo Maximiano (Maximiliano) Rosales-Rafael Herrera Robinson (Robinsón). Tales discos los distribuía el sello Columbia.