SUCESO GARDELIANO N°25 - 13/11/2020
CUANDO ARMANDO DEFINO CONOCIÓ A GARDEL
Todos conocemos la historia que en el año 33, tras muchos desequilibrios financieros Gardel le pide ayuda a Armando Defino para organizar sus cuentas, y que poco tiempo después, revocando el poder otorgado a José Razzano, Armando se convierte en su nuevo albacea, naciendo una gran amistad que perdura hasta la muerte de Armando en 1962; pero muy pocos conocen la historia de cuando y como se conocieron y como cumplió hasta su ultimo día con su palabra de amistad y que mejor contada que por el mismo Armando.
Izq.: Foto dedicada por Gardel a su “amigo y hermano Armando Defino”. Der.: Recreación de Armando Defino y Carlos Gardel.
(R) Imagen recreada por FICG
COMO CONOCI A CARLOS GARDEL
Mi conocimiento de Carlos Gardel tenía que ocurrir fatalmente, con o sin derivaciones posteriores; he relatado mis andanzas por los camarines de los teatros; al debutar Carlos en el Teatro Nacional, no podía evitar el conocerlo. Alfredo Abelenda me había presentado a Alfredo Deferrari, muy amigo de Carlos. Alfredo Deferrari me hizo conocer el café Los Angelitos y allí conocí a toda la barra de amigos e intimé con Ernesto Laurent y con Armando Deferrari, hermano de Alfredo. Carlos Gardel y José Razzano debutaron como fin de fiesta en la compañía de Francisco Ducasse y Elías Alippi quien también hacía su presentación.
Fue en el mes de enero de 1914. Terminada la actuación con el éxito de la compañía y del dúo Gardel-Razzano, el público, que colmaba la capacidad del teatro, nos obligó a los «habitué» a permanecer de pie en los pasillos, también colmados de gente. Finalizado el espectáculo, pasamos al escenario donde Deferrari me presentó al dúo.
Desde ese momento comencé a adquirir los discos grabados, principio de la colección que hoy poseo. Gardel y Razzano, por la amistad que los unía con Alfredo Deferrari, eran asiduos concurrentes al mencionado café de Los Angelitos, y por tal motivo, los que no éramos amigos del dúo, fuimos intimando en el contacto diario.
El círculo de este café estaba prácticamente limitado a los que formábamos una barra. Nuestra mesa contaba con los hermanos Deferrari, Ernesto Laurent y el dúo Gardel-Razzano. La solidaridad y afecto de este círculo provocaba las ponderaciones de los demás parroquianos que a veces se unían a nuestra mesa. En muchas oportunidades, después de los espectáculos, nos alegraban con su presencia entre otros, Roberto Casaux, también gran amigo de Alfredo Deferrari del que fue compañero en el Banco de la Nación Argentina. Casaux, con su facilidad de expresión y reconocida vis cómica contribuía a que pasáramos las horas sin sentirlas. Solía concurrir también Don Joaquín De Vedla, quien con su erudición hacia escuela de cultura deleitándonos todo el tiempo que él quisiera.
Cuando Carlos estaba solo, sin la compañía de Razzano, alguno de los presentes lo provocaba picarescamente, entonando a media voz alguna que otra canción. Carlos engranaba, y a su vez comenzaba a cantar y cantaba, cantaba continuamente, cada vez más entusiasmado, hasta que alguno de nosotros debía llamarle la atención, para evitarle un cansancio que no sentía, pero que podía influir en sus actuaciones diarias, y además para que no se enterara Razzano, quien trataba que Carlos no se prodigara tanto y con toda razón, dado el esfuerzo diario de su actuación y la grabación de discos. José si se enteraba nos echaba un responso a todos, entre guiñadas de ojos y sonrisas maliciosas de Carlos, que no daba importancia a lo que considerábamos un esfuerzo.
Otras veces en «petit convite» el dúo entonaba algunas canciones, y especialmente dúos de trozos de ópera, en las que a menudo terciaba Ernesto Laurent, sin caudal de voz, pero con un amplio sentido de la armonía. Cuando Carlos no se sentía en disposición de cantar lo instábamos a que nos cantara algún cuento, de su abundante repertorio, siempre renovado, y también así con su gracia inigualable nos mantenía en éxtasis liaste la madrugada. Pues no sólo ponía calor y arte en sus «racontos», sino que los ilustraba alejándose de nosotros hasta la puerta del café donde entre gestos y contorsiones, terminaba su cuento ante la hilaridad incontenible de los parroquianos, e incluso de los transeúntes que ignoraban el motivo de tanta algarabía.
Así fui tomando contacto con Gardel, a quien en ocasiones personalmente o por intermedio de Razzano, hube de resolverle pequeñas cuestiones de orden jurídico, con éxito, por tratarse de derecho elemental y sin riesgo de juicio. Cuando se trataban de cosas más delicadas, les aconsejaba que concurrieran donde debían. De medicina y abogacía todos creemos saber algo.
Carlos comenzaba a tenerme en cuenta. Mis primeros diálogos con él no pasaban de la camaradería común; la bonhomía de Carlos, a todos trataba por igual, lo mismo dedicaba su sonrisa franca, leal, al mozo del café, al canillita de la esquina, o a sus mejores amigos o conocidos; sin saberlo iba creando su mitología y ascendiendo a la celebridad, y si bien es cierto que la alcanzó por su arte incomparable, no es menos cierto que mucho contribuyó también su manera de ser, su cordialidad y amistad probadas en esa simpatía nata de su franca risa o en un intenso apretón de manos, tanto como su desinterés cuando se trataba de cuestiones de dinero.
No faltaban importunos que, abusando de esa particularidad le hacían preguntas indiscretas. Carlos lo soportaba con paciencia, pero hábilmente se deshacía del sujeto. Incapaz de tener un mal gesto, se desahogaba después con una frase ingeniosa. Solía decirnos:
—Pero ché, ¡este coso tiene agua en la bóveda! —a la vez que se llevaba el dedo índice a la cabeza.
A veces he pensado que el espíritu de observación de Carlos, lo inclinó a buscar un mayor acercamiento conmigo. Un ejemplo: Trabajaba yo en las oficinas de la calle Cangallo, cerca de San Martín y al finalizar Mis tareas para desapolillarme de la papelería, me estimulaba ir a pie hasta mi domicilio, que en ese entonces estaba en la misma calle Cangallo al llegar a la de Montevideo; de manera que necesariamente pasaba por el restaurante Cante, al que éramos asiduos concurrentes. Muchas veces me encontraba con Carlos, quien, en compañía de algún otro amigo común, iban a cenar. Carlos cordialmente me invitaba para que los acompañara, invitación que, con bastante pena, rechazaba sistemáticamente. Sin embargo, en una oportunidad encontré a Carlos solo en la misma puerta del restaurante, y como de costumbre me invitó; debía encontrarse con Alippi, quien siempre tenía reservada una mesa redonda y amplia.
Me dijo Carlos que deseaba consultarme algunas cosas, y no pude rehusar, antes bien, sentí una inmensa satisfacción, porque a la vez compartiría la compañía de Alippi, a quien estimaba sobremanera, Alippi terminó de cenar y nos dejó para cumplir con su actuación en el teatro. Solos Carlos y yo, me preguntó por qué rechazaba sus invitaciones tan sistemáticamente.
Le expliqué que mi situación económica pues debía cuidar por mis obligaciones, no me brindaba posibilidades para retribuir en la medida de mis deseos, las atenciones de que continuamente era objeto, y que igual proceder tenía con mis otros amigos, Mi jefe, por ejemplo, me invitaba casi diariamente a almorzar con él en el Jockey Club o en el Club del Progreso, y algunas veces yo podía afrontar el costo de un almuerzo, pero era distinto, pues había una relación de dependencia y el descanso del almuerzo nos daba ocasión para discutir ciertos aspectos del trabajo, Carlos, tan espontáneo y sincero, protestó recriminando mi proceder y terminó por decirme que «sabía distinguir entre la conducta de un amigo y la de un colado».
Quedamos así más afirmados en nuestra amistad que, poco a poco, se consolidaba; no obstante, mantuve mi conducta y para evitar nuevas explicaciones desvié mi recorrido habitual y en lugar de ir por Cangallo caminaba por Corrientes, espaciando las invitaciones que aceptaba ya sin tanto recato, tratando de corresponderlas, cuando «echaba una buena».
Félix Gutiérrez, Carlos Gardel, Armando Defino y Horacio Pettorossi compartiendo con amigos y pequeños admiradores en el Buffet de Radio Nacional, 1933.
CONCEPTO DE LA «GAUCHADA»
Corría el año 1930 y Carlos que necesitaba una suma de dinero fuerte para esa época, me consultó si sería posible obtenerla hipotecando su casa de la calle Jean Jaurés; quedé en contestarle al día siguiente y conseguido el prestamista se lo hice saber. Activé en lo posible los trámites y en breve tiempo se firmó la escritura de hipoteca.
Carlos creía que la obtención de ese dinero que lo liberó de sus preocupaciones momentáneas, era producto de mi influencia con el prestamista, sin pensar siquiera que él comprometía su patrimonio. Le hice notar en la mejor forma que pude, su error: no se debía a mis relaciones, era simplemente un negocio en el que el prestamista ganaba un interés sobre el préstamo, asegurado por una garantía real, y, sin ésta, no hubiera facilitado el préstamo. Carlos pretendía no entender nada y sólo daba importancia a mi «gauchada».
No es un caso aislado, en la gente de teatro he observado que la mayor parte de los artistas, precisamente por ser artistas, no dan ninguna importancia al dinero, y, como en el caso de Gardel, consideran la intervención de un tercero como persona influyente y «gaucha».
SE VA CONSOLIDANDO UNA AMISTAD
A partir del asunto de la hipoteca, Carlos reafirmaba más su amistad por mí, dispensándome indudable confianza, consultándome sobre asuntos de su trabajo y relatándome algunos hechos de su vida privada.
Por entonces, me dejó entrever la anormalidad de su situación jurídica respecto al cambio de su apellido «Gardes» por «Gardel», y como yo no veía mayor inconveniente entonces, dejamos para más adelante, con más detalles y documentación a la vista, el estudio de la solución de este inconveniente. Varias veces me recordó esas conversaciones, que ya empezaban a preocuparlo, pero por temporadas lo olvidaba, y no volvía sobre el tema.
Carlos Conocía el halago de los públicos del extranjero y no obstante que, como siempre, sus actuaciones en nuestro país y fuera de él le producían ingentes beneficios, estaba abrumado por deudas, sus créditos quirografarios, su casa hipotecada, excesivos adelantos en sus otras actividades, deudas muy fácilmente contraídas, pero difíciles de cumplir agravadas por los intereses.
Desde hacía tiempo sus relaciones comerciales y amistosas con Razzano, se iban resintiendo, aunque sin trascender la barrera del círculo íntimo; el optimismo siempre creciente de Razzano le impedía ver la realidad de las cosas, confiaba en el futuro, pero olvidaba que este futuro dependía exclusivamente de Carlos, siempre que mantuviese su voz y su físico.
Razzano continuaba abrigando la esperanza de volver a cantar, y nos manifestaba que cada día mejoraba su voz, pero en realidad no cantaría más, José dirigía y administraba y Carlos acataba, casi incondicionalmente sus resoluciones, a aquél le bastaba con contratos y dinero suficiente para atender sus necesidades y obligaciones, pero los años pasados, esos años de idealismo y de constante y agotador trabajo, trajeron como consecuencia el cansancio y como lo dije, la incertidumbre de su porvenir; el artista seguía siendo el idealista de siempre, pero el hombre se llamaba fríamente a la reflexión.
— Mirá lo que le pasó a José — solía decir —. Claro que, si me pasara a mí, yo me ganaría la vida en otra cosa; cuando chico hice de cartonero, de relojero, aprendiz de linotipista…
Yo aventuraba un consejo:
— No, Carlos, no es esa la mejor manera de pensar, me parece, está perfectamente meditada tu exposición, pero no se puede pensar a los cuarenta años, como se pensaba a los quince; a esta edad era fácil saltar de aprendiz de linotipista a cartonero o cualquier otra ocupación, pero no es lo mismo ahora; hoy estás en la plenitud de tu carrera artística, desechemos la idea de una desgracia que te impidiera cantar, pero abriga la otra, sin renunciamientos a tu manera de vivir, conviene que destines una parte de tus entradas a la preservación de futuros males; tu arte da para todo, y esa forma de pensar te dará más ánimos para el trabajo y será la valla de defensa para tu futuro.
No me adjudico totalmente estos llamados consejos, los que éramos amigos de Carlos le hablábamos en este tono y Carlos, inteligentemente, comenzó a corporizar estas ideas.
Se ha insistido en que Carlos era un muchacho triste, dominado por una pasión no satisfecha y que, en sus momentos de intimidad, mostraba otra cara distinta a la risueña y franca con que trataba al público.
No estoy de acuerdo con esas aseveraciones; Carlos no era triste, yo he participado de sus momentos íntimos y todo era optimismo en él; tenía, sí, la inquietud del pájaro migratorio, necesitaba otros horizontes, tenía el arraigo del zorzal y del hornero, pero también la inquietud de la golondrina, todo lo llamaba a superarse fuera del círculo común.
Si algo enturbiaba el estado anímico de Carlos por momentos era su situación económica, y el estar atado a coyundas de las que le era difícil librarse. A pesar de su firmeza de carácter para todo lo que importara un sacrificio y decisiones terminantes en lo concerniente a su arte.
Carlos Gardel, Armando Defino, Horacio Pettorossi y Alberto Castellanos divirtiéndose en un viaje de Buenos Aires a Paris a bordo del Conte Biancamano, 7 de noviembre de 1933.
REVOCACION DE PODER
Para 1932 la situación económica de Gardel era complicada. En enero de ese año le escribió a Defino «… aguantando un poco de tiempo aquí espero que saldré de mis deudas». Recién en abril pudo saldar la hipoteca que pesaba sobre su casa de Jean Jaures 735: «…estoy contento que hayas terminado asunto Banco, pues era otra de las pesadillas que me saqué de encima».
Tras las tenciones que se habían generado con Razzano por inconvenientes sobre el manejo del dinero, Gardel revoca el 16 de enero del año 33 el poder general que le había realizado a favor de José Razzano de administración general de todos los bienes. Tras este inconveniente solicita ayuda a Armando defino, quien en otras ocasiones ya había colaborado con él, en distinto temas jurídicos. El 22 de octubre de ese año le otorga un Poder General de administración, y este comienza a poner orden en las cuentas.
Tras todas la dificultades financieras que había estado atravesando, le empezó a preocupar su suerte y la de su madre, que ante cualquier inconveniente se quedaba desprotegida, el 7 de noviembre de 1933 confecciona su testastamento a favor de su madre Berta Gardes, quien fue declarada heredera universal de Carlos Gardel conforme se establece en el testamento ológrafo y le solicita a Armando, en un pedido especial como amigo, que ante cualquier inconveniente que le pudiera ocurrir, se encargue de su madre, solicitud que acepta y cumplió.
Hacia 1934 el panorama comenzó a cambiar, sobre todo cuando firma su contrato con la Paramount: «se acabaron las incertidumbres y angustias, encauzándose las cosas en una era de prosperidad y trabajo. Hemos fundado una sociedad de producción… de la cual soy el director… A mi me darán por dos películas la cantidad firme de 25.000 dólares y el 25% de las ganancias…»(correspondencia Gardel-Defino).
De todos modos estas expectativas no parecen haberse traducido en una gran fortuna. Defino, en mayo de 1935 lo confirma con estas lineas: «tu situación ahora es distinta a la de hace tres años. No tienes deudas y un pequeño capital susceptible de aumentar con comodidad». Y lo ratifica en su libro al comentar los trámites realizados para solucionar el problema de la liquidación de la sucesión en Norteamérica y el arreglo a que llegó con la familia de Le Pera por unos 20.000 dólares que estaban depositados en su cuenta corriente.
EL TRÁGICO FINAL.
Tras el trágico final en Medellín, Berta se encontraba en Toulouse Francia, se enteró de la muerte de su hijo, al día siguiente cuando se disponía a almorzar con su familia, ella no podía creer lo ocurrido, El 25 de junio el diario La Dépékhe du Afidi de Toulouse reprodujo un cable enviado desde Bogotá que describía la colisión entre los aviones y anunciaba la muerte de Gardel, se resignó a aceptarlo. -Berta era una persona que tenía mucho valor, aparentaba ser una persona fría, pero sintió una enorme pena.
Armando. Defino, apenas enterado de la muerte de Gardel, llamó por teléfono a Berta en Toulouse, donde residía desde hacía casi dos años. —¿Mamita! ¡Mamita! Doña Berta, ¿me oye? Soy yo, Defino. Mire, usted no hable, déjeme a mí que le tengo que decir muchas cosas. En primer lugar, reciba en nombre de todo Buenos Aires el pésame, todos somos sus hijos ahora, créame, mamita, ¡y tranquila, eh, tranquila! ¡Muy tranquila! Hay que resistir nomás… A lo largo de la conversación Berta fue terminante: los restos de su hijo debían descansar en Buenos Aires. Defino, notificado, le pidió que enviara un telegrama para autorizarlo a realizar los trámites. Poco después, recibió la notificación: «Estoy conforme usted gestione en mi nombre que restos de mi hijo Carlos Gardel, sean repatriados a Buenos Aires. Cariños Berta». El lunes siguiente Defino se embarcó en el Massilia rumbo a Francia para buscar a Berta, pues ella había manifestado su deseo de volver a la Argentina; es probable que no quisiera hacer el viaje sola, debido a la edad y la tristeza.
Armando tras los deseos de Carlos le propone a Berta que se fuera a vivir con ellos, aunque la casa de Jean Jaurés era enorme y fría, carente de confort, no obstante Doña Berta quiso seguir habitando en ella después de la muerte Carlitos. Allí se encontraba con la sombra de su hijo querido, allí estaban todos sus recuerdos vivos, palpitantes, sobreponiéndose a la tristeza de la casona. Doña Berta no quiso aceptar la invitación del matrimonio De Fino, que le ofreció una habitación en la casa de la calle Saavedra 222. Una cuestión sentimental, además del recuerdo, la retenía en Jean Jaurés 735, un matrimonio de ancianos que vivía con ella y a quienes conoció al llegar al país con su pequeño Carlitos; Eran Don Fortunato y su esposa Doña Anaiz, quienes fueron unos padres para Gardel, y Gardel los apreciaba como tales.
Al morir Doña Anaiz en el año 39, cuatro años más tarde de la muerte de Gardel, Don Fortunato se fue a vivir con su hijo. Y ante la insistencia de Bertha en quedarse en la vieja casa, el matrimonio De Fino junto a la madre de Armando, Doña Pepa, dejó su casa de la calle Saavedra 222 y se mudaron con Berta, para poder cuidarla como le había prometido a Carlos años atrás.
Recreación de Bertha Gardes y Armando Defino en la casa de Jean Jaures 735. (R) Imagen recreada por FICG
Corría el año 1941, Doña Bertha enferma (de cáncer de útero, esto provocó que pasara sus últimos años postrada en una cama), dos años más tarde en julio de 1943 falleció. Armando y su esposa Adela Blasco, se convierten en herederos, por expreso deseo de ella.
Pocos meses después muere Doña Pepa, madre de Armando. La casa les traía muchos recuerdos, y deciden mudarse, alquilan la casa de Jean Jaurés, y se mudan nuevamente a su casa del barrio de Balvanera.
Izq.: Doña Pepa, madre de Armando, Dr. Baliñas, Doña Berta, Adela Blasco, Rosita Vacca y Armando Defino jugando con el perro en la casa de Jean Jaures 735. Der.: Adela Blasco y Armando Defino en la casa de Jean Jaures 735.
En 1949 Armando se desprende de la vieja casa de la calle Jean Jaurés 735, en el barrio del Abasto, que Gardel adquirió en el año 26 la casa sin verla a don José Guerino, administrador del Teatro Liceo, quien se la ofreció viajando juntos a bordo del trasatlántico “Conté Verde, rumbo a Europa con Razzano. Él quería procurarle a su madre un hogar amplio y cómodo, con lugar para plantas y flores, para que pudiera vivir en compañía de su gran amiga Anais Beaux y su compañero don Fortunato Muñiz; de esta forma él podría viajar tranquilo, sabiendo que doña Berta estaría acompañada y cuidada.
Gardel nunca estuvo del todo conforme con esta casa, y según se ve en sus instrucciones a Defino tenía planes de tirarla abajo y edificar en el lote, o en comprar otra propiedad, ya que quería invertir su dinero en inmuebles. No olvidemos que este tipo de casa, con habitaciones que dan a un patio abierto, eran húmedas y frías en invierno, y en días de lluvia no resultaba cómodo trasladarse a la cocina, por ejemplo. No obstante estas observaciones, la casa en si estaba muy bien puesta y decorada con detalles de categoría, como el constituido por el acceso, con cerramiento de hierro y vidrios opacos, cuando muchas construcciones similares daban directamente al patio. También, según se ve en fotografías, las paredes estaban prolijamente empapeladas, y las cortinas eran de muy buen gusto, de acuerdo a la moda de la época. La casa poseía teléfono, algo que en esa época no estaba al alcance de todos, y era costumbre generalizada pedirlo en el almacén o en el bar para hacer una llamada. Fue una de las primeras previsiones de Gardel, para poder comunicarse con su madre cuando estaba en el exterior. Cuando llegaba Gardel, el orden doméstico tranquilo de costumbre se trastocaba, y la sala y el comedor se llenaban de baúles y estuches de guitarra. En la sala o en el patio Gardel ensayaba sus nuevas grabaciones, ante la mirada atenta de Doña Berta.
Armando fallece en el año 1962, en paz con la conciencia tranquila de haber cumplido con su amigo. No sabemos a ciencia cierta que ocurrió con la fortuna de Gardel, sí que gran parte del dinero recibido fue donado por Adela Defino a la casa del teatro, pero este es tema de otra historia.
Walter Santoro
ARMANDO DEFINO,
del libro CARLOS GARDEL LA VERDAD DE UNA VIDA
IMAGENES RECREADAS POR FICG