SUCESO GARDELIANO N°8 - 17/12/2019
ESE MUCHACHO LLAMADO GARDEL
Tito Lusiardo conoció a Carlos Gardel en el año 1913, cuando era utilero del teatro El Nacional. Veinte años más tarde la suerte quiso que trabajaran juntos en la obra de Gabino a Gardel y en esa temporada Carlos lo contrato para ir a filmar a Nueva York las películas “El día que me quieras” y “Tango Bar”.
A Carlos Gardel lo había conocido en el año 1913, cuando yo era utilero del teatro El Nacional. A mí me tocaba colocar las sillas que usaban él y Razzano cuando trabajaban en la compañía Muiño-Alippi. Carlos era en esa época un muchacho muy callado. Yo en seguida le tomé simpatía; después vino mi enorme admiración hacia él: cantaba como los dioses. En el 33, veinte años más tarde, la suerte quiso que yo comenzara a trabajar junto a Carlos. Era un ser humano maravilloso. Nos hicimos grandes amigos. La obra se llamaba De Gabino a Gardel, y yo era, junto a otros grandes actores, una de las principales figuras.
Fue en esa temporada cuando Carlos me contrató para ir a filmar a Nueva York las películas ‘El día que me quieras’ y ‘Tango Bar’. Delia, mi mujer, trabajaba también en esa obra. Por entonces, se hacía la función vermouth; Delia y yo, en el intervalo, acostumbrábamos a tomar mate con facturas en nuestro camarín. Una tarde, Carlos, quien siempre se arrimaba a la mateada me dijo: «Necesito un galán recio para filmar conmigo en los Estados Unidos y se me ocurrió que podías ser vos. ¿Te animás, Tito?». Yo quedé mudo; pensé que todo era una broma. Carlitos era especialista en hacer chistes. Con Delia le dijimos que no hiciera bromas de ese tipo, y él respondió:
«Hablo muy en serio. Te contrato para filmar en Nueva York». Y fue así no más, un mes después me embarcaba rumbo a los Estados Unidos.
Gardel era un ángel, un ser humano increíble. Conocí muy pocas personas con el sentido del humor que él tenía; jamás estaba serio, salvo, claro está, cuando trabajaba. Muy pocas veces he visto a un profesional con tanto sentido de la responsabilidad. Pero repito, sólo se ponía serio cuando trabajaba. Cuando desembarqué en el puerto de Nueva York, después de haber navegado diecisiete penosos días, me tenía preparada una de sus bromas geniales. Carlos había llegado antes que yo porque viajó en avión. Así que cuando pisé suelo yanqui, él me estaba esperando en el puerto. Nos dimos un gran abrazo. Carlos estaba acompañado por tres tipos medio extraños: me los presentó y respondieron con una inclinación de cabeza. Entonces Gardel me dijo: «Hablá con confianza que estos tres gringos no manyan ni medio». Mientras hacía los trámites aduaneros, Carlos desapareció de mi vista. Yo les pregunté por él a los tipos que se habían quedado a mi lado y me seguían a muerte y nada, los fulanos se miraban entre ellos y me hacían señas de que no me entendían. Cabrero, y un poco desesperado, les eché unas cuantas maldiciones a los ñatos pero nada, seguían inmutables. De pronto, cuando ya no daba más, apareció Carlitos con su inimitable sonrisa dibujada en los labios y se puso a hablar en castellano con los tipos, que resultaron ser tres muchachos argentinos macanudísimos. Todo resultó ser una broma del Zorzal.
Fuente: Revista Siete Días Ilustrados
16/09/1974