La primera pieza que se ensayó fue «Buenos Aires», la canción que debía servir de rúbrica. Ante una orquesta de esas dimensiones, temeroso Gardel de que se entrometiera demasiado y entorpeciera así su labor de intérprete, oía el acompañamiento con mucha atención y cierto recelo, mientras cantaba la letra en voz baja. No toleraba que nada pudiera inmiscuirse en su canto, y de vez en cuando echaba miradas furibundas en dirección a los músicos. Era obvio que el artista consideraba a la orquesta como el grupo de oposición … y lidiar con esta pandilla de músicos no era tarea fácil. Estaba acostumbrado a cantar con guitarras, que acompañaban al cantante en los términos más simples, a veces ingenuos, enteramente subordinadas a la fantasía o el antojo del intérprete. Hasta entonces Gardel no había cantado nunca con una orquesta de treinta profesores, como la que le enfrentaba esa tarde, y muy pocas veces con .orquesta alguna, en cuyo caso el acompañamiento orquestal siempre había sido apenas un murmullo tímido, apocado, reduciéndose a llenar los huecos de la melodía, algunas veces con verdaderos virtuosismos instrumentales, pero generalmente con chácharas anodinas, insustanciales.