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LA ÚLTIMA ACTUACIÓN DE GARDEL EN ARGENTINA

SUCESO GARDELIANO N°17 - 23/05/2020

LA ÚLTIMA ACTUACIÓN DE GARDEL EN ARGENTINA.

La última estadía de Carlos Gardel en su patria evidencia el apego a su tierra y la humildad que distingue a los grandes maestros. Para el año 33, Gardel había alcanzado fama internacional y estaba posicionado como uno de los artistas más importantes del mundo, sin embargo, el amor por su gente queda marcado a fuego en esta historia, que muestra el sacrificio y el arduo trabajo emprendido para devolver a sus devotos admiradores parte del amor recibido.

El año 1932 llegaba a su fin y después de una estadía de catorce meses en Europa, Carlos Gardel regresa a Buenos Aires, acompañado de Pettorossi, en la noche del viernes 30 de diciembre. 

Mientras pasaban el equipaje por la aduana, los reporteros se impacientaban, ansiosos por escuchar sus impresiones del viaje: “Vengo sencillamente encantado de Europa. Cada nuevo viaje renueva en mí el amor por aquellas tierras… ahora, que cuando pasan seis meses… tengo ganas de “rajar” para el pago. Y como esta vez la ausencia duró catorce meses, calculen si tendría ganas de “cachar” el piróscafo. 

Concluidas las entrevistas, Gardel enfiló hacia Jean Jaurès 735 para abrazar con sus últimas canciones a doña Berta y a sus queridos viejitos Anaïs y Fortunato. Tras compartir una copa de champagne con ellos, fue a reunirse con sus amigos en una fiesta que se celebraba en los establos de Maschio.

Apenas comenzado el nuevo año, un rápido cruce a Montevideo para ver a Leguisamo corriendo en la pista de Maroñas marcó un adecuado inicio del año 1933 para Carlos Gardel. 

Un nuevo frenesí de trabajo se prolongó durante su permanencia de diez meses entre Argentina y Uruguay, dando la sensación de que se empeñaba en convencer al público – más que a sí mismo— de que, a pesar del inminente estrellato internacional, sus raíces rioplatenses seguían siendo sólidas.

Y después, continuos desplazamientos que reproducen asombrosamente la conducta de su carrera inicial: grabaciones, teatros y cines, radio, nuevas giras a las provincias, las primeras desde 1930. Entre el 13 de enero y el 6 de noviembre, Gardel visitó los estudios de Glucksmann en veinticinco ocasiones. Ahora tenía cuatro “escobas”, pues Horacio Pettorossi había accedido a trabajar con Barbieri, Riverol y Vivas en el mayor grupo de guitarristas acompañantes utilizado hasta entonces por un cantor argentino.

Concentró sus presentaciones en el interior de Argentina: Rosario, Santa Fe, Paraná, Arrecifes, San Pedro, Azul, Olavarría, Bahía Blanca, Mendoza, San Juan, Córdoba, Villa María, entre otras ciudades, alternando con breves apariciones (de una o dos noches) en por lo menos dieciocho salas cinematográficas de la Capital Federal. Como estrella en ascenso, sentía la necesidad de planear nuevos filmes y de preparar nuevos guiones.

Concentró sus presentaciones en el interior de Argentina: Rosario, Santa Fe, Paraná, Arrecifes, San Pedro, Azul, Olavarría, Bahía Blanca, Mendoza, San Juan, Córdoba, Villa María, entre otras ciudades, alternando con breves apariciones (de una o dos noches) en por lo menos dieciocho salas cinematográficas de la Capital Federal. Como estrella en ascenso, sentía la necesidad de planear nuevos filmes y de preparar nuevos guiones.

A fines de setiembre, el cantor y sus guitarristas viajaron a Montevideo para una breve temporada en el Teatro 18 de Julio. El 5 de octubre cantó en una fiesta privada organizada por el presidente uruguayo, Gabriel Terra; al día siguiente lo hizo en Radio Carve, emisora local. Realizó una memorable visita al hospital montevideano Fermín Ferreyra, “un acto inolvidable para los asilados”, según observó un periódico local y partió, entre aplausos y expresivas manifestaciones de gratitud.

A mediados de octubre regresó a Buenos Aires para grabar y participar en una función en beneficio de los canillitas organizada por los diarios vespertinos de la ciudad. 

Esta historia es muy conocida, pero hay otra a la que los biógrafos de una y otra orilla han dejado prácticamente en el olvido: la ocasión en que Gardel brindó su última actuación ante el público argentino. Una historia que transcurrió en la pequeña ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay antes de continuar su gira por ciudades del interior de la república Oriental del Uruguay, durante los últimos días de octubre. El Zorzal Criollo visitaría entonces Salto, Paysandú, Mercedes, y finalmente San José, dirigiéndose luego a Montevideo, donde concretaría la compra de tres solares sobre los que sería construida la casa en la que pensaba terminar sus días en compañía de Berta Gardes. 

El 7 de noviembre, el vapor «Conte Biancamano” soltó amarras del puerto de Buenos Aires rumbo a Europa, con Gardel a bordo, acompañado por su representante Armando Defino, el músico Alberto Castellanos y su guitarrista Horacio Petorossi. 

Pero volvamos atrás, al viernes 20 de octubre de 1933, cuando antes de partir hacia Concepción del Uruguay, primera ciudad que visitaría en una última gira por “el pago”, como acostumbraba llamar a Argentina y Uruguay, Carlos Gardel se presenta ante el Escribano Jacinto Fernández para otorgarle poder a Armando Defino, instituyéndolo como su administrador en reemplazo de José Razzano.  

Más tarde, en la estación Federico Lacroze, el cantor y sus cuatro escobas” abordarían el tren que los llevaría a su primer destino.

Estación Federico Lacroze, ca.1910

No había entonces caminos que desde la capital llevaran directamente a la Mesopotamia argentina. La única vinculación con los territorios tras los ríos Paraná y Uruguay se realizaba, hasta el último cuarto del siglo XX, a través de balsas, lanchas y ferries.

Poco más de dos horas separaban a Buenos Aires de Zárate. En aquel momento no existía el Complejo Zárate Brazo Largo y para cruzar los ríos Paraná de las Palmas y Paraná Guazú, los vagones de tren de pasajeros o de carga, eran embarcados en ferrobarcos que cruzaban hasta la estación ferroviaria de Puerto Ibicuy, provincia de Entre Ríos, aproximadamente a 2.5 km. fuera del casco urbano, donde se volvía a armar el tren.

Cuando se inició el proyecto de los ferrobarcos, fue aprovechada toda la experiencia acumulada por los americanos en este tipo de ríos, porque ya tenían navegando varios barcos. Existen testimonios de que los primeros diseños fueron encomendados a ingenieros navales estadounidenses. Sin embargo, el lugar de construcción de todos (menos el Tabaré) fue el Astillero Inglés, en Glasgow, Gran Bretaña. El primero que cruzó el océano fue el Lucía Carbó, en 1907. Se distinguía del resto por tener cuatro chimeneas. Correspondían a las cuatro calderas, de las que se usaban solo dos. Era un barco muy bello, con una toldilla que cubría buena parte de su cubierta, por lo que tenía más comodidades para pasajeros y tripulación.

El Lucía Carbó llevaba los trenes con pasajeros y carga desde Zarate a Ibicuy, 106 kms. de navegación por el Paraná de Las Palmas que se acortaban a 80 si tomaban la «Zanja de Mercadal», excepto durante grandes bajantes. 

Su capacidad de transporte era de 12 coches de pasajeros o 22 vagones de carga distribuidos en cubierta en tres rieles que totalizaban 235 m de vías. Sus dimensiones eran 85 m de eslora (largo) 17 m de manga (ancho) y 5 m de puntal (altura) con un calado (profundidad) de 12 pies (3,65m). 

Casi todos acuerdan en destacar su belleza, que inició y cerró el período de los ferrobarcos, ya que realizó el último viaje en 1978. La potencia de este barco resultó ser demasiada, por eso se usaba solo la mitad de la misma. El diseño de los siguientes barcos fue modificado en sus máquinas por lo que vinieron de origen con mucho menos potencia. Pero era la necesaria para el destino que habían sido diseñados.

Los servicios de pasajeros eran diarios. La comodidad de un viaje estaba asegurada, sobre todo en los servicios más exclusivos. Era un modo de viajar placentero, en vagones de madera lustrosa, con asientos mullidos rebatibles forrados en cuero y amplias ventanillas que permitían observar el paisaje fugaz que pasaba delante de los ojos. 

El convoy incluía camarotes en los vagones dormitorio, con bacinillas sometidas a limpieza por el personal de los coches dormitorios. Otros eran dedicados a cocina y salón comedor. Mucho lujo, refinados menús, porcelana inglesa y cubiertos acordes. Cuanto más atrás en el tiempo se buscan datos, más lujosos y completos resultan los servicios prestados a bordo.

Coche comedor del Ferrocarril Central Argentino, 1930.

Cuando el tren llegaba a Zárate lo subían al ferrobarco. Su paso por el río era anunciado con un toque de silbato frente a prefectura. En verano, la gente desde los balnearios del Paraná de las Palmas, los veía pasar constantemente. El río en esa época no estaba tan dragado, por lo que su caudal era menor. A su paso, hacían que el agua descienda bruscamente antes de llegar, como si “la tragaran”, para luego devolverla hasta la costa en forma de olas. Eso era aprovechado por los chicos para tirarse de cabeza a las olas, como en un agitado mar. Y si se cruzaban dos, el batir del agua era una experiencia irrepetible. Mucha gente paseaba por la zona o aprovechaba cuando el barco estaba sin vagones para subir y sacarse fotos. También los sonidos del Puente de Trasferencia eran una estampa de la ciudad y su río. Los del embarcadero, y de las máquinas perduran en el recuerdo de la gente. 

Mientras el Puente de Trasferencia se accionaba, un sonido de crique característico generado en los seguros mecánicos de las maquinas que accionaban el ascenso y descenso quebraba el silencio del lugar. Otro tanto ocurría en Ibicuy y Posadas; el recuerdo de los barcos es evocado por quien los vio y vivió, y algunos comparten aquel recuerdo como un tesoro. Para Gardel, ha de debido ser una inolvidable aventura.

Saliendo de Ibicuy, el tren hacía paradas en Enrique Carbó, Larroque, Parera, Urdinarrain, y Basavilvaso, ciudad ubicada cerca del cruce de las rutas 39 y 20, al oeste de Concepción del Uruguay, nacida gracias al tren, que además de ser el centro de la colonización de origen judío de la provincia era un nudo ferroviario al que convergían varios ramales.

Allí, el vagón dormitorio de Gardel sería enganchado al tren que venía de Paraná y se dirigía a Concepción del Uruguay.

Toda la provincia confluía en Basavilbaso cuando el altoparlante anunciaba que “por plataforma nº 5 ingresa el tren procedente de Federal”; “por plataforma nº 3 ingresa el tren procedente de Paraná!”
Cuenta Simon Collier que “durante esta breve campaña, cerca de Concepción del Uruguay, el vagón donde viajaba Gardel fue desviado a un tramo lateral para que él pudiera dormir. Una numerosa multitud se reunió afuera en silencio, esperando a que él despertara.

Sólo cuando al fin lo vieron asomarse por una ventanilla lanzaron el inevitable grito de “¡Viva Gardel!”. Gardel quedó muy impresionado por esta demostración de cortesía”.

Cuando por fin el grupo llegó a Concepción, el sábado 21 a la madrugada, había un mundo de gente esperándolos. Varios mateos, tradicional carruaje traccionado por caballos (que fue reemplazado por el taxi actual), estaban estacionados frente a la estación y en ellos los trasladaron al Hotel París, frente a la plaza Ramírez.

Mateo en Estación de Concepción.

Los mateos estaban equipados con mullidos asientos forrados en cuero, negras capotas que protegían del rocío y elásticos de buen hierro debajo de la carrocería, para amortiguar el traqueteo sobre el adoquinado. 

Gardel se alojó en el varias veces refaccionado Hotel París, en ese momento de la Sra Serafina Delaloye, viuda de Pedro Barral, que desde 1910 contaba con 50 nuevas habitaciones con baño.

Después de desprenderse de su equipaje, postergando su tiempo de descanso salió del hotel para saludar a sus seguidores, todos estudiantes del Colegio Justo José de Urquiza. Descendió a la Plaza Ramírez. La noche era templada y una bufanda protegía su garganta.

Alquien le pidió que cantara y sin que hubiera que repetir el pedido comenzó a interpretar a capella una de sus más hermosas canciones, “Palomita blanca”, el vals de Aieta y Giménez. Según cuentan la historia popular y la prensa, la madrugada se pobló de emoción y en todas las casas que bordeaban la plaza comenzaron a abrirse las ventanas.

Gardel era irrefutablemente un milagro y su voz, la que mejor interpretaba la canción rioplatense.

El Teatro Avenida

En aquél momento, el teatro Avenida de Concepción del Uruguay, ubicado sobre la actual calle Juan Perón (ex Vicente H. Montero), se había vuelto uno de los principales escenarios culturales, sino el más importante de toda la ciudad. Allí actuaron figuras muy importantes desde su apertura y la actuación de Gardel selló su historia grande para siempre. 

Según algunos testimonios, la prensa de la época se mantuvo casi indiferente. El periódico “Los Principios”, de tirada provincial, titulaba, un día antes del espectáculo, notas sobre política que nada tenían de vinculación con el show del año que se iba a producir en la ciudad. Recién en la página octava el periódico anunciaba la visita del máximo ídolo de la época a la ciudad.

El mensaje habría sido claramente publicitario “Cine Teatro Avenida. Sábado 21. Debut de Carlos Gardel”. Pero no hicieron falta más palabras para desencadenar lo que ocurriría la noche siguiente.

En el apartado de Sociales, se limitaban a decir: “Ha despertado entusiasmo el debut de Gardel”, mencionaban que quedaban pocas entradas y que, luego del show, se proyectaría la película “No más orquídeas” de Carole Lombard.

Tal vez se trate de testimonios distorsionados por el paso del tiempo o agigantados por la pasión, pero son los pocos que quedan para tratar de reconstruir lo que constituyó un hito en la historia cultural de Concepción del Uruguay y sus protagonistas juran que fue verdad.

Memoriosos de esta ciudad como el Sr. Aníbal Pontelli, cuentan que el día de la función, Gardel y sus guitarristas hicieron caminando las seis cuadras que, sobre la misma calle, llevaban hasta el teatro. Lucía sobretodo negro y lengue al cuello. La calle Vicente H. Montero era angosta, de tierra y comenzaban a construirse casas nuevas que reemplazaban a las coloniales. El barrio, llamado “Puerto Viejo”, era el más antiguo de la ciudad. 

Concepción del Uruguay era una ciudad pequeña que tenía entre veinte y treinta mil habitantes en el ejido urbano y los vecinos que vivían en la zona céntrica se habían agolpado en la puerta del teatro para escuchar al ídolo. La sala tenía 25,90 metros de largo por 11,80 metros de ancho, con capacidad para 645 personas, en pulman y foyer, contando además con una claraboya corrediza para su aireación. El recinto estaba repleto y cerradas sus puertas. Gardel pidió que fueran abiertas para que la gente que estaba en la calle también pudiera oírlo cantar y así se hizo. 

Desde el hall, a treinta metros del escenario, se escuchaban perfectamente tanto la voz del Zorzal como el acompañamiento de las guitarras.

Seguramente se habría acordado esto antes con el Gerente de Espectáculos del Cine Teatro “Avenida”, el empresario Víctor Tófalo (h), “Macho”, de 26 años, propietario de la tradicional sastrería uruguayense “El Sportsman”, fundada por su padre Vittorio Tófalo. Victor Tófalo tenía ya muy buenos antecedentes ganados en la contratación de artistas para actuar en Concepción del Uruguay.

El teatro había sido inaugurado como tal, tres años antes, el 28 de agosto de 1930, con la actuación de la Compañía Nacional dirigida por los célebres actores Pepe y Antonio Podestá, amigos entrañables de Carlos Gardel, con las obras «La Piedra del Escándalo» y «La Chacra de Don Lorenzo», de Martín Coronado, ambas en seis actos.

Al relato de Pontelli se suma el de Regimo Félix, quien cuenta que a eso de las 20.30 hs., pasó a buscar a su amigo Lorenzo Duten con su bicicleta. “Tito, vamos que hoy actúa Gardel en el Avenida”. Ambos tenían unos 10 años de edad y desde allí, Yrigoyen 1679, recorrieron en bicicleta las 37 cuadras que los separaban del teatro ubicado en la zona céntrica. Las dejaron en la vereda de enfrente y se acercaron a la puerta. Tito contó que Gardel llegó temprano al Avenida. Había ya algo de público frente a la entrada y al verlos les dijo que si se comportaban de manera adecuada, él los iba a dejar entrar, después ingresó a su camarín.

Hoy, 85 años después recuerda que una gran cantidad de público, mayoritariamente hombres, no había podido entrar porque había sido colmada la capacidad de la sala, pero esperaban poder participar desde el hall del espectáculo musical del año.

Gardel salió del camarín con un traje muy oscuro -que había lucido perfecto con el sobretodo negro que utilizó en su caminata hasta el lugar- y un pañuelo blanco por fuera del saco que le colgaba del cuello a la altura del pecho. Subió a escena pasadas las nueve de la noche. Los primeros lugares estaban ocupados por la alta sociedad uruguayense, que había adquirido sus entradas con anticipación. 

Antes de comenzar su actuación dijo: “Sé que hay mucha gente afuera que no ha podido entrar. Abran la puerta y que entren todos los que puedan”. 

Tito y su amigo, estuvieron dentro de “los que puedan”. Y lograron ver, de a ratos y entre saltos, el espectáculo.

Antes de comenzar a interpretar las canciones, Gardel destacó la presencia de su cuarteto de cuerdas: “Me acompañan los muchachos” dijo, mencionando a Barbieri, Riverol, Pettorossi y Vivas.

Su repertorio fue muy variado e hizo espacio para dialogar con el público, recuerda Tito hoy con 95 años: “No era de hacer bromas, pero sí muy cálido al dirigirse a los espectadores, incluso habló de sus comienzos en la música y del largo camino que lo había llevado a tocar en un teatro colmado de espectadores, en un pueblo del interior”.

Un pequeño intervalo fue aprovechado principalmente por los varones para salir a fumar, como era habitual en las funciones largas. 

Pronto volvió al escenario y finalmente, luego de tres horas de deleitar a todos, se despidió con emocionadas palabras y se fue ovacionado por la multitud, contagiada de la emoción que el artista transmitía en cada una de sus interpretaciones. 

Su voz y su sonrisa habían dejado en las almas de los uruguayenses un recuerdo imperecedero que sería uno de los hitos más importantes en la historia cultural de la pequeña ciudad entrerriana y la última actuación del incomparable astro en nuestro país.

Tito y su amigo retomaron las bicicletas que habían dejado recostadas sobre una pared vecina por más de tres horas y regresaron a sus hogares tal vez sin aquilatar todavía lo extraordinario del momento vivido.

Al día siguiente y por muchos días más, su actuación sería el tema de conversación insoslayable en cada rincón del poblado.

Esa misma noche, después del último show ofrecido en Argentina, su patria de adopción, Gardel se dirigió al puerto, bajó por la escalera que conectaba el muelle con la embarcación, a pocos metros de donde hoy se encuentra la bajada de botes frente al edificio de la ex aduana y abordó una lancha de pasajeros de la antigua y prestigiosa empresa de don Antonio La Nasa y Hermanos (Mariano, Juan y Lorenzo), que desde 1912 cubría el servicio regular de pasajeros, correspondencia y pequeñas cargas desde Concepción del Uruguay a Paysandú en la lancha a vapor “Souvenir”.

El diario El Telégrafo de Paysandú del martes 24 de octubre, informaba que Gardel había llegado el día anterior procedente de Concepción del Uruguay. Fue su huésped durante algunas horas y se marchó en tren a Salto, desde donde inició una gira por las capitales de algunos departamentos de la República Oriental del Uruguay.

Sería el recorrido final de Carlos Gardel por su querido “pago”.

En marzo de 1935, desde New York, escribiría a su amigo Carlos de la Púa:

“Querido amigo: Toda la amalgama de cosas que envuelve la vida de este país haciéndola febril y aguda, no hace que yo olvide a los amigos como vos. Testimonio de esto: estas líneas de cariñoso saludo. No puede ser de otra manera, sólo atenciones y buenas ausencias nacen de mí. Sólo palabras de admiración y cariño brotan sinceras de ti. Gracias, viejo amigo, que desde lejos alienta a los que, como yo, todos sus actos son miras a nuestro querido Buenos Aires. Ni Europa ni ésto me cambian. Trabajo mucho, pero una sola cosa alienta este esfuerzo, haciéndome tesonero y cuerpeándole todos los días a la tentación; mi vuelta al pago. Porque mi viejo, yo también creo que me habré ganado a pulso la tranquilidad, pero no la tranquilidad del burgués, que sólo piensa en comer y dormir bien, sino la tranquilidad en compañía de mis mejores afectos, las reuniones en buena compañía, las tenidas mano a mano, las grandes «cantadas» para esos cuatro amigos, que siempre estarán a mi lado, las bromas y algunas que otra «palmera» para despuntar el vicio… Como siempre, viejo, como siempre…”

Martina Iñiguez para la Fundación Internacional Carlos Gardel

Bibliografía

Cuentos y recuerdos de CEDELÚ – Angel Claudio Mazzarello – Enero 2016

 

Aquellos Queridos Ferrys, Historia de los Ferrobarcos del rio Paraná. Cusmai, Cesar 1ª ed. –  Zárate: Galatea Ediciones

 

Hotel de París, un solar con historia

https://concepcionhistoriayturismo.com/2019/01/05/hotel-de-paris-un-solar-con-historia/

 

CINE AVENIDA (REX) – Autor: Prefecto General(RE) ANDRÉS RENÉ ROUSSEAUX 

https://www.facebook.com/groups/167815520610165/permalink/290858251639224/

 

Estación Federico Lacroze – Historia Digital

https://www.facebook.com/pg/histdig/posts/?ref=page_internal

 

Patrimonio Uruguayense

http://patrimoniouruguayense.blogspot.com/2007/09/teatro-avenida.html

 

Revista La Ciudad – Historia local: La noche que Gardel dio su último show en el país – Por Dylan Hernan Beck 

https://laciudadrevista.com/historia-local-la-noche-que-gardel-dio-su-ultimo-show-en-el-pais/

 

Historia de los Viajes en Tren Como se Viajaba en Tren en Argentina 

https://historiaybiografias.com/tren_viajar/