SUCESO GARDELIANO N°23 - 28/09/2020
EL OTRO GARDEL
Siempre me he preguntado, cómo sería la vida privada o si tenía vida privada Carlos Gardel, y encontré en las palabras del investigar Ricardo Ostuni un muy interesante análisis, realizado sobre las cartas escritas a sus más cercanos amigos, así como entrevista que le realizaron en su vida.
Los años treinta son nombrados en la historia de nuestro país, con el epíteto de década infame. Dos nuevas y opuestas corrientes ideológicas -fascismo y comunismo- pugnaban en el pensamiento político del mundo; aunque ambas coincidían en aborrecer a la democracia.
El 6 de septiembre de 1930 la derecha vernácula, derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen. Gardel estaba ya en los escaños definitivos de la fama. La invariabilidad de los adjetivos que acaparaba entonces, denuncia su encumbramiento como artista; pero el rastreo de su historia lo revela complacido con el golpe militar. No son pocos los autores que estimulan este pretexto, para justificar el fracaso de sus presentaciones en Buenos Aires. Payssé González supone un boicot por parte del llamado klan radical. Su compatriota Nelson Bayardo sostiene en cambio, que el descrédito lo motivo el triunfo uruguayo sobre el seleccionado argentino en el campeonato mundial de fútbol de 1930.
No es materia de este trabajo indagar esas razones. Lo cierto es que Gardel, triunfante en Europa, veía declinar su popularidad en nuestro medio. Pero el tema que, en verdad, le acuciaba era su inseguridad económica. Basta con recorrer su epistolario con Razzano y Defino, para descubrir una obsesiva preocupación por Ias deudas -en particular la hipoteca que pesaba sobre su casa de la calle Jean Jaures- y su futuro.
Su otra gran preocupación era su voz escribe Terig Tucci (ob.cit.pág. 105)´¿Cuánto podrá durar? – se preguntaba-. ¿Dentro de diez años estaré en condiciones de ganar dinero con mi canto? Este pensamiento lo atormentaba…
No obstante Gardel tenía grandes sueños para el mañana: triunfar en los Estados Unidos, comprar una casa en Niza y vivir feliz sus últimos años junto a quienes ya habían ingresado definitivamente en su afecto.
El 16 de octubre de 1934 le escribió a Defino: «… vos sabés cuales son mis ilusiones para el porvenir, quiero trabajar para mi, para darle una situación a mi viejita y para poder disfrutar con cuatro amigos viejos el trabajo de tantos años… Tengo el proyecto de comprarme una casa en Niza para la viejita y nosotros…»(*). Acaso más que un sueño fuera una esperanza y una confesión. Pareciera haber comprendido que, después de lustros de dispendio, su futuro era aún una meta borrosa; que de los tantos compañeros de juergas y andanzas que poblaron su vida, solo le quedaban «cuatro amigos viejos» de verdad. El 16 de enero de 1933 había revocado el poder que le otorgara a Razzano en 1925 poniendo fin a una larga amistad.
Recreación: Carlos Gardel, doña Bertha y Armando Defino.
Detalle carta de Gardel a Defino,16 de octubre de 1934.
La revista Atlántida del 24 de abril de 1930, en su página 14 publicó una nota de Enrique Coronado titulada simplemente Carlitos Gardel, de la cual transcribo algunos párrafos muy elocuentes: «Gardel, el bueno, es un niño grande. Será un niño grande o viejo hasta que se muera, cosa que el cielo no ha de querer que ocurra sino a su tiempo… Tiene cariño y afecto para dar y desparramar. Hasta Razzano liga un poco… La antesala de Gardel es Razzano, porque Gardel es un niño y necesita niñera, como es natural… a donde quiera que vemos al uno, podemos contar por seguro que el otro no anda muy lejos. Conmovedora amistad digna de una novela, de un lienzo o de un bronce…»
No le debe haber sido fácil a Gardel su ruptura con Razzano; indudablemente el desencanto debió pesarle, lo mismo que cierta sensación de desamparo. Razzano había sido el sabio orientador de su carrera desde las primeras giras y no pocas veces, su sostén emocional.
José Razzano y Carlos Gardel.
Hay documentos cuidadosamente eludidos por la biografía oficial, como las declaraciones de Razzano a Caras y Caretas el 25 de julio de 1936: «Los que departían con él en las grandes reuniones que él mismo provocaba – inexplicable afán de aturdirse- lo creyeron jovial, expansivo. Pero los que cultivamos su amistad sabíamos lo retraído, absorto y en algunos instantes contemplativo (que era) llevando siempre algo dentro de sí, como una tristeza tortuosa, oscura. En el fondo era un niño. Tan pronto vacíale el abatimiento, como lo asaltaba un ansia incontenible de triunfo». Similares declaraciones ya había hecho en Radio Fénix, en la audición Tangos, autores e intérpretes dirigida por Héctor Bates: «Carlitos era más bien triste… Casi podría decir que eran dos hombres en uno, el primero alegre y juguetón cuando se hallaba entre amigos, pero al quedar solo se transformaba. En esos momentos parecía vivir una honda preocupación» (revista Antena.6-7-35). Es indudable que Razzano da una semblanza muy distinta del estereotipo de la sonrisa eterna.
Terig Tucci completa ese perfil: «Carlos Gardel era más bien un hombre introspectivo, dado a hondas reflexiones. Exteriormente, en sus expresivas facciones, poseía un aura de tristeza que se manifestaba hasta en su sonrisa y en sus actitud más bien tímida, casi reticente» (ob.cit.pág.59) (**)
Es el retrato de un hombre inestable e inseguro nunca revelado por la biografía convencional. Defino intelectualiza su opinión disidente: «Carlos no era triste… tenía si, la inquietud del pájaro migratorio, necesita otros horizontes, tenía el arraigo del zorzal y del hornero, pero también la inquietud de la golondrina…». Sin embargo hay hechos de incuestionable elocuencia. Gardel conoció a Isabel del Valle a fines de 1920 y mantuvo con ella por muchos años, una relación ambigua -por momentos neutra- pero siempre gravosa, sin que supiera como ponerle fin.
Hacia 1927, tal vez cansado de su misma indefinición, le escribió a Razzano desde Europa para que desalentase la continuidad de ese vínculo: «Y ahora quiero hablarte de mis asuntos -la carta es de noviembre de 1927. En tocante a Isabel vos tenés que arreglar este asunto en cualquier forma. Vos habrás hablado con mi vieja y seguramente comprenderás que no puede ser. Primero está la voluntad de mi mamá pues como comprenderás soy su único hijo y por lo tanto su consuelo y compañero y en cambio ella tiene su familia, es joven y tiene mucho porvenir, en cambio yo voy a cumplir 40 años y además yo tengo espíritu de dar vueltas todavía y que en esta forma yo no le resulto y por lo que es mas serio que a mi vieja no le gusta su modo de ser, que vos mismo se lo harás comprender».
Sin embargo la relación perduró hasta 1933 con idénticos vaivenes porque Gardel no supo afrontar personalmente la ruptura. «Carlos era un chico grande» diría Isabel a Clarín el 23 de agosto de 1984, repitiendo una faceta de su personalidad, casi siempre soslayada.
Intuyo -como dejé dicho- que Razzano fue, por sobre todo, un sostén emocional para Gardel; eso explica la permanencia del vínculo comercial no obstante las agudas diferencias que mantenían. Es sabido que sus discusiones eran cotidianas y violentas, aunque Gardel siempre cedía con una buena sonrisa: «Te ruego no hagas caso a charlatanes. Nosotros discutimos, nos acaloramos como toda la vida lo hemos hecho, pero nunca puede haber nada, porque nos queremos, porque hemos luchado y porque somos buenos»
La carta es de 1928. Enrique Coronado, en la citada nota de Atlántida completa mi presunción: «… la antesala de Carlitos es Razzano».
Resulta interesante transcribir algunas líneas de la obra de Armando Defino, para completar este bosquejo: «Cuando Carlos estaba solo, sin la compañía de Razzano, alguno de los presentes lo provocaba picarescamente, entonando a media voz alguna que otra canción, Carlos engranaba y a su vez comenzaba a cantar- y cantaba, cantaba continuamente… hasta que alguno de nosotros debía llamarle a atención para evitarle un cansancio que no sentía y además para que no se enteraba Razzano quien trataba que Carlos no se prodigara tanto… José si se enteraba nos echaba un responso a todos… José dirigía y administraba y Carlos acataba, casi incondicionalmente sus resoluciones…»
No descarto que esta tutoría ejercida por Razzano, escondiese la verdadera raíz de los conflictos, aunque disimulada por algunas cuestiones de intereses. Gardel debió de manifestar muchas veces su fastidio en rueda de amigos. Edmundo Guibourg declinó el ofrecimiento para reemplazar a Razzano por no creerlo prudente. Pero no todos tuvieron iguales prejuicios.
Armando Defino poco a poco se fue mostrando imprescindible para Gardel: «Me dijo Carlos que deseaba consultarme algunas cosas y no pude rehusar, antes bien, sería una inmensa satisfacción… Desde hacía tiempo sus relaciones comerciales y amistosas con Razzano se iban resintiendo… Quien fuera su compañero en los comienzos se vio, ampliamente favorecido por la generosidad de Carlos quien durante años le prestó su ayuda, semejante a una sociedad».
Acaso esta revelación fue decisiva para Gardel. Defino, con admirable sutileza, ubicó a Razzano en un rol pasivo, sólo limitado a recibir generosos beneficios. Nada más inexacto. Aun cuando su conducta pudiera merecer censuras, no pueden negarse sus méritos en la carrera de Gardel.
Cuando la relación con Defino fue lo suficientemente íntima como para sentirlo más que un administrador, un consejero, Gardel decidió su ruptura con Razzano. Necesitaba, innegablemente, contar con un nuevo apoyo emocional. Defino asumió ambos roles y fue una suerte de coraza protectora frente al grupo de viejos amigos.
El entorno de Gardel se volvió muy estrecho: apenas cuatro viejos amigos, doña Berta y el matrimonio Muñiz. Los demás sólo fueron vínculos profesionales. Francisco Flores del Campo, un cantante chileno que trabajó con Gardel en El día que me quieras escribió esta semblanza: «Era un hombre bajo, engominado, formal, sonriente, correcto y estirado. Manifestaba gran preocupación por la ropa. Nunca vi una familiaridad entre él y sus acompañantes; siempre los trataba de usted… Llegaba y se iba sólo» (Miguel Arteche-Tango que me hiciste bien / Santiago de Chile I985, cf. Simon Collier ob. cit.)
Gardel atravesaba por entonces los años más difíciles de su carrera. Para mantenerse en lo alto de la fama buscó un camino alternativo al canto: el cine. En abril de 1932 le escribió a Defino desde Francia dándole cuenta de su porvenir incierto: «aquí estoy rebuscándomelas como puedo”. No obstante filmaría, entre septiembre y noviembre, Melodía de Arrabal, La Casa es Seria y Espérame. En 1931 había filmado Luces de Buenos Aires.
Gardel, doña Berta y el matrimonio Muñiz.
Cabe suponer que no estaba satisfecho con estas metas; la popularidad, no resolvía claramente su futuro. Por alguna razón también intuyó que Buenos Aires le era reticente. No había sido feliz su presentación en el teatro Broadway en 1931 y aunque Kalikian Gregor culpase a la prensa porteña por una campaña tendenciosa, lo cierto es que el público fue renuente en aceptar a este Gardel internacionalizado. Él lo sabía y se lo confesó a Julio De Caro: «se hace cuesta arriba quedarse en Buenos Aires para ganarse el pan”.
Dice bien Simon Collier: parece obvio que Gardel admitía conscientemente que la Argentina ya no era el centro de su vida y su actividad profesional.
La revista Atlántida del 6 de agosto de 1931 pág. 59 publicó esta nota: «Carlitos Gardel se queda en París. El cantor máximo ha decidido quedarse en París. Sus acciones en la villa “lumiere” suben cada día más. Ocurre lo contrario que con sus discos en ésta que se venden cada vez menos. Por raro contraste esos mismos discos que aquí no tienen actualmente mayor demanda, se venden en toda Europa más que cualquier clase de discos. Carlitos Gardel, “estrella” en los estudios de la Paramount en París… anuncia su propósito de quedarse en París indefinidamente.
Sobre este punto dice Enrique Cadícamo (1) que Gardel llegó a Buenos Aires el 30 de junio de 1931 para cumplir un contrato de un mes en el cine Broadway y su presentación se efectuó en septiembre ante una concurrencia que no lograba cubrir las diez primeras filas de la platea». Tal vez resulte válida la explicación que pergeña García Jiménez (2): Volvió a Buenos Aires tras sus filmaciones en Joinville y se encontró con su nombre palidecido en estos pagos por el relumbrón de unos cuantos cantores trocados en ídolos por el novelero auge de la radiofonía… A mediados de ese año (1933) Gardel debió actuar ante raleados auditorios en el teatro Nacional… mientras los aludidos ídolos radiofónicos eran esperados por multitudes de admiradores a las puertas de las estaciones radioemisoras, tan poseídas de fetichismo».
No corresponde a la índole de este trabajo abundar en otras consideraciones para mostrar la situación de Gardel en los primeros años de la década de 1930. Tenía sobrados motivos para una honda preocupación. Su situación económica no se correspondía con su trayectoria artística y precisaba de constantes éxitos para mantener el primerísimo nivel de popularidad que había logrado. De ahí su intento por hacer pie en Nueva York, donde la radio y el cine le ofrecían mejores posibilidades de triunfo que los escenarios. Fantasioso como lo era, comenzó a soñar con todo lo que podía depararle ese gran país del espectáculo… (Cadícamo ob. cit.)
Armando Defino (ob.cit. pág.65 y l00) en pocas líneas lo resume así: Si algo enturbiaba el estado anímico de Carlos por momentos era su situación económica y el estar atado a coyundas de las que le era difícil librarse (léase Isabel del Valle). Carlos trabajaría en Norteamérica y yo en Buenos Aires, cada uno por su lado y en lo suyo, haríamos el paco común y en familia viviríamos en Buenos Aires, Montevideo, Francia o Nueva York y todas las tierras serían buenas si estábamos juntos (estos deseos parecen incompatibles con la liberalidad inserta en el testamento de Gardel de perdonar a sus deudores quienes, a la fecha en que está datado el documento, eran evidentemente eventuales deudores futuros).
Gardel seguramente debió aprender que en los Estados Unidos resultaba muy difícil la actividad profesional. Pocas veces se menciona que el resultado de su primera presentación en la NBC no fue satisfactoria y que se le sugirieron cambios para las transmisiones siguientes. Collier refiere que pese a su irritación Gardel se adaptó rápidamente a este nuevo modo de trabajo.
Fueron muchísimas las dudas y las incertidumbres iniciales. El 30 de enero de 1934 le escribió a Defino: «… ya sabes contrato radio no era aquello de 350 dólares, ya van tomando su porcentaje y se reducen a 315 por semana, no todo lo que relumbra es oro… No quiero decir con esto que yo me quede varado aquí por ese sueldo, pero… No te aflijas de mi situación en ésta, pues… si no hubiera venido a ésta estaría haciendo el vagabundo por las playas pudiendo experimentar aquí si me conviene o no, si fuera lo contrario no he perdido nada y he conocido una hermosa ciudad además que aprenderé inglés.
Carta de Carlos Gardel a Armando Defino desde Nueva York, el 30 de enero de 1934.
Según la revista Variety uno de los escollos para el éxito de Gardel era, precisamente, su desconocimiento del idioma inglés. Terig Tucci recuerda que alguna vez tuvo esta respuesta para los directores de la NBC: ¿Cómo voy a cantar palabras que no entiendo, frases que no siento…? …Que pena amigos que no pueda satisfacer vuestros deseos. Yo se cantar solamente en criollo (ob. cit. pág. 20)
Creo ocioso abundar en otros testimonios. El futuro de Gardel en Nueva York no se presentaba muy brillante. Horacio Estol en la revista Aquí Está del 8 de agosto de 1949 firma una nota titulada Gardel en Paris en la que reproduce estas memorias de Manuel Sofovich: A los quince o veinte días (de su arribo a Nueva York) comenzaron a llegar sus cartas dirigidas a Le Pera y a mí. No estaba contento en Nueva York; su actuación en la National Broadcasting le disgustaba; tenía la sensación del fracaso…
Gardel había apostado, fundamentalmente, a lograr varios contratos cinematográficos y la demora en concretarlos fue la causa de algún desconcierto y desazón. Defino en Buenos Aires, intuía que lo mejor era abandonar esos proyectos y emprender una gira por México y Cuba (carta del 16 de marzo de 1934).
No resulta fácil de aceptar que hubo momentos donde todo era incierto y oscuro en la trayectoria artística de Gardel, porque su legado es una imagen de constante triunfo. Cuesta imaginar íntimamente estas desventuras; no parece verosímil, ni siquiera como hipótesis, la existencia de una sombra de fracaso. Sin embargo esa era la realidad.
Después de no poca perseverancia Gardel logró finalmente rodar en Long Island sus filmes más famosos, cuyo análisis no corresponde a la materia de este libro.
En cambio es remarcable el esfuerzo que le demandó este logro en medio de la sensación de desamparo que soportó durante buena parte de su estadía en Nueva York. Recién en diciembre de 1934 Gardel volvió a soñar: Mi querida mamita… empiezo a trabajar en la gran superproducción de la Paramount… Esto me dará un nombre universal. (Carta a Berta Gardes, cf. Morena ob.cit. pág. 193)
Carta de Carlos Gardel a su madre, doña Bertha desde New York.
Es previsible que si bien no pensara aún en su retiro, íntimamente intuyera que debía aprovechar al máximo ese momento. ¿Qué edad tendría entonces? Cuarenta y cuatro según su biografía oficial, cuarenta y ocho según Terig Tucci, cincuenta o más, según otras presunciones. De cualquier manera ya era tiempo de acumular tranquilidad para la hora del descanso. Entonces – dice Sofovich en aquella nota de Horacio Estol- me escribió una carta llena de entusiasmo que siento haber perdido. Me decía que él iba a salir en gira para ganar «plata grande» …» Las condiciones están dadas para que Gardel se proyecte hasta conseguir todo lo que se proponga… (cf. Rodolfo Zatti ob.cit.)
Sin embargo la NBC no era partidaria de esta gira; sus directivos pensaban que Gardel debía afincarse en Nueva York, aprender el idioma y seguir su carrera cinematográfica alternando con sus grandes estrellas. Para tentarlo le abrieron las puertas del Teatro Paramount. «-Broadway y la Avenida 43-una especie de meta de los grandes artistas del género popular. Es la sala que da el espaldarazo; el que allí triunfa es un ídolo y los dólares le caen como Iluvia generosa» (Hugo Manani cf. Rodolfo O.Zatti ob.cit.)
El ofrecimiento era un primer contrato de 2.000 dólares por cuatro semanas que, de acuerdo con el éxito de público, podría triplicarse en las semanas subsiguientes. Pero hubo una desinteligencia; Gardel prometió rubricarlo al día siguiente de la oferta, pero no sólo no lo hizo, sino que, además, canceló su contrato radial con la NBC. «Quizás (estuvo) mal aconsejado”, dice Mariani, pero lo cierto es que una vez más afloró junto a su inestabilidad emocional, la urgencia obsesiva por asegurarse un futuro.
Según palabras de Razzano, Gardel necesitaba siempre que alguien le hiciera sentir la voluntad que lo abandonaba. Posiblemente en esta circunstancia lo hubiera precisado más que nunca a su lado.
Gardel íntimamente, debió saber que estaba en el último tramo de su brillante carrera de artista y que la oportunidad era ahora o nunca. ¿Le temió al fracaso? En el Teatro Paramount habían obtenido grandes sucesos Maurice Chevallier, Rudy Vallier, Bing Crosby y otros artistas de diversos géneros. Gardel había podido llegar a su escenario sin problema alguno, sólo que debía cantar en inglés y un traspiés en el Paramount le hubiera significado el fin de las metas soñadas.
Dice bien Mariani: todo dependía de Gardel.; seguramente en la raíz de sus decisiones quedaban resabios de aquella infancia sin ventura y el temor a una vejez inerme. La gira caribeña le significaba más de 30.000 dólares de ganancia -toda una fortuna entonces- además de la conquista de un mercado firme para sus películas. Quiero hacer el dinero en menos de tres años para estar tranquilo para siempre… le escribió a doña Berta en diciembre de 1934, confesando, incuestionablemente, su proyecto de vida.
El 28 de marzo de 1935 dejó Nueva York rumbo a Puerto Rico. Habían transcurrido 22 años desde aquella noche del Armenonville y sin saberlo, partía en busca de la inmortalidad.
Ricardo Ostuni del libro Repatriación de Gardel