SUCESO GARDELIANO N°12 – 28/01/2020
CARLOS GARDEL EN MAR DEL PLATA
Mar del Plata fue fundada con su nombre actual el 10 de febrero de 1874 por Patricio Peralta Ramos, Dicen que su fundador dio ese nombre al primitivo pueblo, llamado «Puerto de la Laguna de los Padres», ubicado dentro de una estancia de su propiedad, porque ésta se encontraba sobre el océano, para diferenciarla de la zona del “Río de la Plata. Ese mismo día, el gobernador, Mariano Acosta, reconoce oficialmente el nombre.
En 1877, el poderoso influjo multiplicador de Pedro Luro sobre la economía local impulsa un verdadero emporio integrador de las actividades agrícolas y ganaderas con la de servicios.
La llegada del ferrocarril, el 26 de septiembre de 1886 dio enorme impulso a la zona.
Desde entonces, Mar del Plata fue elegido por las familias aristocráticas como un balneario de élite. Las familias adineradas tomaban sus vacaciones en la ciudad llevando consigo un nutrido personal doméstico y permaneciendo en ella desde el mes de noviembre hasta Semana Santa; lo cual generó que al lado de la sociedad que residía permanentemente en la ciudad, se fuera gestando otra de carácter «temporario» producto de la afluencia de veraneantes al sector balneario.
La construcción del Casino Bristol y las Ramblas desató una sucesión de temporadas exitosas y las características económicas de los veraneantes que llegaron a Mar del Plata, incrementaron la construcción de lujosos hoteles.
Con el tiempo, muchas de las ricas familias que disfrutaban de las temporadas marplatenses, comenzaron a edificar sus villas de verano, verdaderas mansiones que competían en belleza y suntuosidad.
En los hoteles se realizaban banquetes y bailes a los que no podían dejar de asistir aquellos integrantes de la elite porteña, que querían figurar y surgieron clubes que se diferenciaban socialmente. Así, el Club Mar del Plata y más tarde el Ocean o Golf Club fueron destinados a una elite que se trasladaba al balneario durante las semanas más calurosas del verano.
El Club Mar del Plata fue una institución muy representativa de la etapa de la ciudad como balneario exclusivo de las clases altas de Buenos Aires a comienzos del siglo XX, pero comenzó a abrirse a las clases alta y media en 1912. Su edificio, construido en pleno centro urbano y frente a la Rambla Bristol y la costa, pasó a manos del Estado Nacional en 1948, y fue destruido en un incendio en 1961. Luego de la tragedia, la manzana que ocupaba el club no volvió a ser edificada y actualmente es una plaza.
1916
Mar del Plata y su vida social se convirtieron en un polo de atracción permanente para las compañías artísticas y también para el dúo Gardel – Razzano, cuya fama se había extendido más allá de los límites de Buenos Aires.
Así relata el hecho Francisco García Jiménez:
“En febrero de 1916 se presenta el dúo en el balneario que aspira seriamente a ser el primero del continente y que un cuarto de siglo después – asolada Europa por la segunda conflagración del siglo
– lo será del mundo.
Por ese entonces hace tres años que ha desaparecido la antiestética pero heroica rambla de madera. dando paso a la de material con sus airosas cúpulas. (Sic tránsit… Sobre los escombros de éstas se alzó luego esa enorme fábrica de ilusiones y desengaños que a todos nos cobra cara la visita…)
La bolita diabólica, en 1916, rueda y brinca en el viejo Club Pueyrredón, de la calle San Martín.
Los más sonoros apellidos de la República están registrados en el libro de entradas del hotel Brístol. Y la colonia veraneante, compuesta casi enteramente por esos apellidos (¡O témpora!), se regocija con las “vistas” del flamante Cine de los Glücksmann en la rambla o va al Odeón a aplaudir a Gardel- Razzano, a la compañía de Orfilia Rico, a la gitana bailadora Pastora Imperio y a Teresita Zazá, aquella de los ojazos zarcos que creó el tipo de tonadillera ingenua… pero que no era tan ingenua para sus finanzas, porque llegó a ser propietaria del teatro Smart, el de la calle Corrientes y Talcahuano.
Años más acá de esa primera temporada en la ciudad marítima, Gardel y Razzano hicieron otras en el aludido cine Palace, de la Rambla
Este local no tenía escenario. Se habilitaba un ancho entarimado, bajo la tela de las proyecciones, haciéndole trono al canto nativo…
Entreabrió la rosa el broche a los besos del sereno.
pa recoger en tu seno
las lágrimas de la noche…
El cine rebosaba de público selecto. Y era cosa de todos los días ver a damas y caballeros de la sociedad, que no habían podido conseguir plateas. sentados al borde del entarimado, rodeando a los cantores y pidiéndoles una tras otra las composiciones predilectas”.
Con su nuevo guitarrista José Ricardo, conocido como “el Negro” por su tez oscura, entre el I0 y el 24 febrero de 1916, los cantores criollos inauguran la temporada veraniega debutando en el Teatro Odeón como número de varietés.
Gardel habría vuelto a Mar del Plata recién en la década del 20. No hacía mucho que habían inaugurado las vías a Miramar y la estación de Cargas. Él viajaba en tren desde Buenos Aires, casi siempre acompañado de amigos, trayendo uno o dos caballos que bajaba en la nueva estación de cargas, justo frente a la entrada de aquel hipódromo que tenía una impesionante cúpula francesa.
El Ferrocarril había extendido su ramal y la estación de cargas, ligaba la actividad productiva a los centros de consumo del país. Hasta allí llegó el impenitente turfman, trayendo en un vagón especial a los caballos de su propiedad (la Paisanita) junto a otros a quienes representaba en el importantísimo Hipódromo de la ciudad, enclavado en el perímetro que delimitaba la Avenida Juan B. Justo –entonces Cincuentenario– desde Dorrego a Peralta Ramos –con recodo en la Diagonal Lisandro de la Torre, –por entonces llamada diagonal de los studes– y la otra por donde hoy corre la avenida de Las Olimpíadas.
El periodista Rodolfo de Paolo afirma, en un artículo que fuera publicado en la revista Club de Tango a mediados de los 90, que uno de los motivos de la proximidad de Gardel con Mar del Plata era la importante actividad turfística que se desarrollaba en esta ciudad:
A esta afición se debería que los historiadores de Gardel no tengan registradas algunas desapariciones suyas. Quedan el misterio que cubrió su vida… Pero en la memoria de algunos marplatenses quedaron las andanzas y los motivos que impulsaban al “inoxidable” a llegar recurrentemente a la ciudad que tanto lo atraía.
1922
Un artículo del periodista Rodolfo de Paolo traza una pintura de la época:
“El tiempo pasa inexorablemente, cambiando formas y colores, transformando a las personas y las cosas. A veces pasa cruelmente, sepultando momentos que merecerían eternizarse. ¡Por aquel entonces, el barrio San José era tan distinto! Con las noches rumorosas, pobladas por el incesante croar de los sapos laguneros, con perfume de barrio suburbano en una ciudad especial como Mar del Plata. Tiempo de quintas y carretas, de studes y caballos, de «ajenjo» y «pernot» en los boliches de Cabeza o Marcón.
«La avenida tenía un cantero al medio» -recuerda Fortunato Longhi. El tranvía funcionó durante un tiempo, transportando gente hacia el hipódromo. Lo demás eran quintas, lagunas, corrales, studes».
Por esos años -década del ‘20- el hipódromo marplatense se hallaba en donde hoy se erige el mega complejo deportivo, conocido aún como Campo Municipal de los Deportes. (Hoy sede del Estadio Mundialista). Aquel circo hípico era por entonces uno de los más importantes del país y generaba a su alrededor una intensa actividad ligada al turf. Una de las aristas era la Diagonal Lisandro de la Torre, conocida en esos tiempos como la «diagonal de los studes».
“En el barrio existían solo dos “boliches” enclavados en la misma esquina de Matheu e Independencia y los dos se miraban de ochava a ochava… el de Marcón, situado en la esquina noreste y el de Manuel Cabeza y Rufina Beramendi –Bar y Almacén El Retiro– en la suroeste. Allí es donde concurrían vecinos de barrio –Maffione, Llamazares, Manetti, Cuevas, Longhi– allí se realizaban tertulias literarias, entre Tomás Ciudad –el hombre que regenteaba los viveros de la calle Paso desde España a Dorrego– quien oficiaba de escritor y a veces poeta. El padre de Antonio Cuevas –aquel maravilloso boxeador peso mediano que combatió con todos los mejores de su época y que sería sin dudas hoy campeón del mundo– y que leía a los grandes de la literatura hispana y gauchesca. Siendo también concurrida por músicos, y artistas en general, una grey particular en la que se podía distinguir, aunque no siempre con facilidad, a literatos ignotos, gente del barrio, cantores, payadores, visitantes ocasionales, turistas raros para la época y personas del turf. Un abanico de bohemios…
Y entre ellos, allá por setiembre del 22, Carlos Gardel, apareciendo de sorpresa, precedido por el rumor que desde el día antes recorría febril el barrio San José: «hoy va a cantar en lo de Cabeza»; en lo de su amigo Manuel Cabeza.
La pasión de los burros fue el imán que atrajo tantas veces a Gardel, por sobre sus visitas registradas como artista, hacia esta ciudad de Mar del Plata. Y especialmente a la barriada de San José. Gardel viajaba desde Buenos Aires en tren, en compañía de algún amigo, transportando los caballos que competirían en el hipódromo local. Caballos de su representación y, más tarde, de su propiedad, como La Paisanita y el legendario Lunático.
En esa mítica esquina que cruza la Avenida Independencia con la calle Matheu, transitaron el mismo espacio y el mismo tiempo los dos íconos del tango en el mundo de este nuevo milenio: Carlos Gardel y Astor Piazzolla:
De Paolo cuenta que Gardel perdió apostando a La Paisanita, pero que “Entre sus contertulios, en esa oportunidad, estaban los hermanos varones de Asunta Manetti, sí…integrantes de la familia materna de Astor Piazzolla. Es que los Manetti vivían al lado de ese bar. Los viejos marplatenses recordarán la quinta de los Manetti, que daba a Independencia, entre Matheu y Formosa. La tiraron hace unos ocho o nueve años e hicieron un complejo de gomerías. En ese lugar Nonino y Asunta empezaron a noviar. Nonino arreglaba bicicletas, también fue peluquero, sabía varios oficios y muchos lo identificaban porque andaba en una Harley Davidson”.
La bicicletería de los Piazzolla, separada, medianera por medio, estaba pegada la casa de la quinta de los Manetti, donde había nacido Asunta, la mamá de Astor Piazzolla quien por esos años era asediada por un joven que con el estruendo de sus motos despertó a más de un vecino remolón. Era Vicente Piazzolla, desde que su hijo lo bautizó es conocido mundialmente como “Nonino”.
Tiempo de quintas y canteras, de lunas y misterios, de ajenjo y pernod, en los boliches de Cabeza o Marcón, con el rumor de sapos laguneros y de los grillos atenorando el silencio suburbano del barrio San José de Mar del Plata.
Obviamente, el paisaje poblado de studs brindó albergue a los equinos. Por ejemplo, el de la familia Capister -un apellido ligado a la esencia turística- quienes poseían un gran stud en la avenida Independencia entre Almafuerte y Laprida. También el de la familia Cabuciero, ubicado en Salta casi Quintana -hogar que procreó un hijo que se desempeñó como Comisionado Municipal- y la caballeriza de los Bruzzone, en Matheu entre Salta y Jujuy.
La inveterada simpatía de Carlos Gardel también cautivó la amistad de Manuel Cabeza y los amigos que frecuentaban el bar El Retiro, ubicado en la histórica esquina de Matheu e Independencia. Allí es donde aún se encuentran parte de los muros de aquel mítico local, declarados en 1994 Muros históricos y Patrimonio cultural de la ciudad, una iniciativa gestada por el Ateneo Gardeliano y plasmada en el Honorable Concejo Deliberante merced a la generosa actitud de Oscar Cerone, actual propietario del predio.
Haciendo ochava con El Retiro se hallaba el bar de Marcón, edificio conservado y reciclado en donde funciona la firma Urbania. El local convocaba a los inmigrantes hispánicos e itálicos, mientras el boliche de Cabeza congregaba a una grey particular, ya que algunos de los contertulios tenían inclinaciones literarias -como el caso de Tomás Ciudad, Abraham Domínguez y el padre del famoso púgil Antonio Cuevas, de quien además se decía que era un imbatible jugador de truco. Gente de barrio, como los Llamazares, Dalmasso, Manetti rama materna de Astor Piazzola- Bruzzone, Maffione, Simón…
No fue casual que allí recalara Carlos Gardel, quien conoce el local y su gente durante la preliminar presentación artística en setiembre de 1922, junto a José Razzano, en el teatro Odeón.
«Nosotros conocíamos el nombre de Gardel -nos comenta Celina Pérez de Di Palma- pero como algo lejano. Por eso es que durante aquel día escuché que mis padres comentaban «esta noche canta en lo de Cabezas». Al atardecer, mi madre comenzó con sus arreglos personales, me acostaron, y sentí que los dos salían de casa. Mi curiosidad de niña de 8 años hizo que me vistiera con rapidez y enfilara hacia Independencia, caminando por Matheu. Vi mucha gente en la esquina, mucha gente que entraba al local. Yo me acerqué, escuché que alguien cantaba, filtré mi cuerpo por entre la gente que estaba en la puerta y alcancé a ver las mesas dispuestas como escenario, con un paño verde sobre ellas.
Un señor morocho, tocando la guitarra, y otro con el cabello negro tan brilloso que reflejaba la luz de las lámparas, dentadura blanca y perfecta, zapatos combinados negros y blancos, ropa impecable… Recuerdo que la gente, alrededor, estaba como fascinada mientras él cantaba…».
Don Fortunato Longhi nos relataba:
«Era un atardecer, iba caminando por lo que hoy es la calle España y de pronto escucho a mis espaldas «Fortunato, pará». Era mi vecino, Prezioso. «¿Qué sucede?», pregunto. El estaba algo agitado y ya cerca me contesta: «¡Vení, vamos a lo de Carbuciero que está cantando Gardel!».
¡Como para perderlo! Casi corriendo, hicimos las tres cuadras que nos separaban del lugar. Al llegar escuchamos su inconfundible voz y lo vemos sentado en una rueda, bajo los árboles, junto a un guitarrista bastante morocho, sin dudas el negro Ricardo. Seis o siete personas más escuchaban con suma atención, mientras hacia el fondo, don Rafael Carbuciero emprolijaba las brasas y las tiras de cane que se asaban lentamente sobre una tentadora parrilla. Nos quedamos a cierta distancia, observando y escuchando atentamente. Cuando terminó de cantar, entre los aplausos de la gente giró algo la cabeza y dijo «¡Pibes!». Se dirigía a nosotros.» ¿Qué hacen allá, tan lejos? Súmense a la rueda, que este es un fogón de amigos». Las piernas me temblaban. Me senté a su lado. Ese atardecer se transformó en un recuerdo imborrable. Lo tuve a centímetros, escuché hasta sus inspiraciones nasales al cantar y gocé con ese imán que atrapaba con cada palabra, con cada mirada y con esa sonrisa irrepetible…»
» Cholo Cabeza, hijo menor de don Manuel Cabeza, propietario del almacén y despacho de bebidas El Retiro- relata: Había recibido un reto y me encontraba llorando en la vereda del almacén de mi padre. Mientras volcaba mi desconsuelo sentí a mis espaldas el clásico resonar de los vasos de los caballos. Cuando giré me topé con Gardel, que caminaba vareando a dos pura sangre. «¿Qué te pasa, nene?» me preguntó. No pude articular palabras porque el llanto me ahogaba. Entonces me tomó de la cintura, me elevó y me depositó sobre el lomo de uno de los caballos. En ese momento mi padre se asomó por la puerta del negocio, y Gardel le dice: «¡Manu, me llevo al pibe para dar una vueltita!». Mi padre asintió y agregó: «¡Cómo no, don Carlos, llévelo, a lo mejor se calma, el sabandija!». Enfilamos por Matheu hacia Dorrego y la primera frase que escuché de Gardel fue «Nene, ¿no te das cuenta que los hombres se ponen feos haciendo pucheros?», y tras cartón enhebró una serie de chistes que me hicieron olvidar del reto de mi viejo, a los pocos metros de iniciarse el paseo. Llegamos a Dorrego, dimos la vuelta y cuando regresamos, al llegar a la esquina del almacén, mi padre me contemplaba de brazos cruzados. Gardel me bajó del caballo y yo, contento, reía. Guiñó un ojo ensayando una pícara sonrisa, dijo «¿Vio, Manuel, qué calidad tengo para hacerle pasar la tristeza a los pibes?».
«Mi padre me recibía con una sonrisa y yo quedé fascinado con ese hombre gentil y cálido…»
Testimonios de quienes conocieron a Gardel. Las canciones del Zorzal, la amistad que lograba con su bonhomía. Un magnetismo que sigue impregnando esa esquina marplatense que logró vencer los años y aún atesora los ecos de Carlos Gardel en el barrio San José.»
Entre el 29 de septiembre y 1° de octubre de 1922 el dúo se presenta nuevamente en el Teatro Odeón, esta vez acompañados por el guitarrista uruguayo Mario Pardo, con quien el cantor también se fotografía paseando por la Rambla.
En su tiempo fue reconocido como uno de los mayores talentos de la guitarra y, seguramente, el mejor concertista que dio el Río de la Plata.
En una ocasión Gardel le dijo que le gustaría tocar la guitarra como él, y Pardo le contestó: “Y a mí me gustaría cantar como vos lo hacés”.
1925
Del 12 al 17 de marzo, en el Palace Theatre marplatense, de Max Glucksmann, la empresa brinda exhibiciones de películas mudas, entre éstas, “La dama de las camelias” con Rodolfo Valentino y durante las fechas mencionadas, en los horarios de tarde y noche, el dúo anima las respectivas secciones de variedades.
Dos fotografías de este año los muestran simulando conducir un automóvil. En una de ellas Gardel, que no sabía manejar, aparece al volante.
1927
Carlos Gardel se presenta nuevamente, entre el 17 y el 23 de marzo, en el Palace Theatre marplatense, en las secciones tarde y noche, ya sin su compañero de dúo.
Sobre su debut, dice el diario La Capital, del 18/03/1927:
“Con un buen éxito hizo su presentación ayer, en esta coqueta sala de la Rambla Brístol, el celebrado cantor nacional Carlos Gardel, acompañado por los conocidos guitarristas Ricardo y Barbieri. Gardel hizo las delicias de los numerosos “habitués”, cantando como él solo sabe hacerlo, los tangos más en boga.”
1930
Sobre la actuación de Gardel en el verano de 1930 en Mar del Plata, nos dice el periodista Gustavo Anibal Visciarelli:
“En el verano del ‘30, Carlos Gardel cantó 19 veces en el escenario más importante de Mar del Plata: el Teatro Odeón, joya arquitectónica que brillaba en Entre Ríos casi Rivadavia desde 1910. “El Zorzal” era un artista en apogeo que ostentaba éxitos discográficos, giras exitosas y un estelar paso por Europa. Faltaba aún su incursión en el cine sonoro, una moderna técnica que lo desvelaba y que coronaría su fama y su mito.
Los archivos del diario LA CAPITAL, dice su director, atesoran crónicas que nos hablan de aquella temporada de Gardel en Mar del Plata, entre el viernes 7 y el domingo 16 de febrero de 1930 con los guitarristas José María Aguilar (“El Indio”) y Guillermo Barbieri. Al mes siguiente se sumaría a la formación Ángel Domingo Riverol.
El 6 de febrero, LA CAPITAL anunciaba con un titular destacado: “Carlos Gardel se presenta mañana en la sala del Odeón”. E informaba: “Esta temporada, que no ha sido muy pródiga en estrenos teatrales ni en presentaciones de buenas figuras, nos dará en retribución de lo poco, dos intérpretes destacados en el género que cultivan. Son ellos Berta Singerman cuya presentación se anuncia en la sala del Odeón para dentro de breve plazo y Carlos Gardel que debuta en el mismo teatro mañana a la noche”.
“La figura del popular Gardel –añade la crónica- es ya lo suficientemente conocida de todos los públicos y todo elogio que sobre sus condiciones se haga no será más que una repetición de lo que la buena crítica ha dicho sobre él”.
Al día siguiente, otro artículo lo definía como una “figura que ha sabido imponerse no sólo en nuestro país sino fuera de él, habiendo cosechado principalmente en las capitales europeas, sus mejores triunfos de público y crítica”.
El día de su debut, Gardel dio una sola función a las 22.30, pero en las nueve jornadas siguientes ofreció dos, a las 22 y 23.30 respectivamente. Lo más llamativo es que cada presentación era precedida por la proyección de cortometrajes, en su mayoría de la Metro Goldwin Mayer. El menú cinematográfico fue variando a lo largo de esos diez días, según consta en los anuncios que diariamente publicó LA CAPITAL. Aparecen en ellos los títulos de los filmes y los horarios, tanto de las proyecciones como de las actuaciones de Gardel, junto a comentarios sobre la numerosa concurrencia –el Odeón tenía 440 butacas– y el entusiasmo que el cantor despertaba en el público. Sin dudas, la más elocuente corresponde al día del debut cuando “lo obligaron a salir a escena repetidas veces”.
El legendario Odeón, que estaba en Entre Ríos casi Rivadavia, sobrevivió 20 años a Gardel, hasta que las llamas se lo llevaron el 4 de enero de 1955. Otro teatro -el Enrique Carreras- señala el sitio exacto donde hace 86 años “El Zorzal” hizo sentir su canto a lo largo de diez noches de febrero.
En su edición del 6 de febrero de 1930, LA CAPITAL anunciaba la serie de presentaciones de Carlos Gardel en Mar del Plata
Esos antiguos diarios, con su tipografía ínfima y su diagramación laberíntica, ofrecen un campo de búsqueda prometedor al revelar frondosos listados de visitantes y nóminas de pasajeros que poblaban los principales hoteles.
Pero “El Morocho del Abasto”, pese a su popularidad, “no aparece en el cuadro” de la gran actividad social de la época. Y aquí surge una segunda impresión: la mirada periodística parece acotarse a un círculo que probablemente no incluía a la “farándula”. De hecho, otras grandes figuras del espectáculo se encontraban esos días en Mar del Plata sin que los “cronistas de lo cotidiano” notaran su presencia fuera de los escenarios.
La situación cambia cuando un hecho coyuntural pone en contacto a esos artistas con el mundo que interesa a los cronistas. Entonces, Gardel y otras estrellas de la época aparecen en la abundosa sección de noticias sociales.
La estadía de Gardel en Mar del Plata coincidió con el arribo de los acorazados Rivadavia y Moreno, naves que la Armada Argentina había incorporado al promediar la década del ‘10. Quizás por haber sido considerados en su momento los acorazados más poderosos del mundo, quedaron prendados en el sentir y el orgullo nacional, al extremo que Ángel Villoldo -figura fundacional del “dos por cuatro”- compuso el tango “Acorazado Rivadavia” e imprimió en la partitura: “Dedicado al comandante y la oficialidad del primer dreadnought argentino”. A juzgar por las crónicas, la permanencia de las naves en el puerto local fue el gran acontecimiento de la temporada.
Así las cosas, en la sección de noticias sociales de LA CAPITAL del 7 de febrero hallamos este párrafo: “Mañana por la tarde se efectuará a bordo del acorazado Moreno una fiesta en honor a la oficialidad. Asistirán el actor nacional Luis Arata, Carlos Gardel, Mercedes Simone, Sofía Bozán y otros artistas que se encuentran en el balneario”.
Los diarios de aquel momento informaban: en la noche del 11 de febrero de 1930: “dos estrellas del espectáculo -Carlos Gardel y “La Negra” Sofía Bozán- actuaron en el teatro Odeón de Mar del Plata.”
Gardel venía cumpliendo allí una serie de actuaciones mientras que la aparición de Bozán fue sorpresiva, al extremo que LA CAPITAL la anunció apenas 24 horas antes. El motivo surge con claridad al leer las crónicas: aquella función fue dedicada a la oficialidad de los acorazados Rivadavia y Moreno, de modo que la actuación de la estrella del varieté vino a reforzar los agasajos que se les brindaban en la ciudad.
¿Cuál era el presente de “La Negra” en aquellos días? No pocos biógrafos aseguran que hacia 1930 competía en popularidad con “El Zorzal”. Para esa época reunía éxitos discográficos y con su estilo desenfadado era atracción en la famosa compañía de revistas del teatro Sarmiento. Aquel 11 de febrero Gardel dio su habitual “función vermouth” junto a sus guitarristas Barbieri y Aguilar. Y en la de las 23.30, dedicada a los oficiales, “prestó su concurso” la “celebrada y popular cancionista Sofía Bozán”, acompañada por orquesta.
Es todo cuanto dice la crónica sobre aquel encuentro memorable. Y quizás premonitorio. Sólo un año después Gardel se hallaba en Francia firmando su primer contrato con la Paramount. Y Bozán estaba de gira en el mismo país con la compañía del teatro Sarmiento. Una serie de circunstancias quiso que conformaran la dupla protagónica de “Las Luces de Buenos Aires”, el primer paso del “Morocho” hacia la gran fama.
1930 sería el año de la última actuación de Gardel en Mar del Plata. El cantor aprovechó la ocasión para distenderse en la playa. La fotografía fue publicada por la revista O Cruzeiro en 1957.Resulta raro verlo calzado con zapatillas.
Una serie de fotografías en las que el cantor aparece con una gran amiga suya, Blanca Podestá y otros amigos, brinda testimonio de otros buenos momentos pasados en la “ciudad feliz”.
Blanca perteneció a la segunda generación de los Podestá, una familia dedicada al escenario en el Río de la Plata. Era hija de Gerónimo Podestá, hermana de María Podestá; sobrina de Pablo y Pepe Podestá, dramaturgos, mimos, jinetes, guitarristas y cantantes uruguayos.
La fotografía pudo ser tomada en algún lugar del hotel donde se hospedaban los artistas. Gardel está acompañado por Blanca Podestá y su esposo, el empresario Alberto Ballerino, la pareja de bailarines de tango Manuel Silva y su esposa Aurora Castro, Alejandro Michetti, flautista, y su esposa Nora.
Manuel Enrique Silva fue una figura muy destacada como bailarín y coreógrafo de tango, perfecto en la realización de sus cortes y quebradas. Fue profesor de la alta sociedad de la década del veinte en el Club Mar del Plata, e integró las compañías teatrales que encabezaban Blanca Podestá, Muiño- Alippi, Arata-Simari-Franco, que eran las más importantes de su época. También formó pareja con la actriz y cancionista Tita Merello en el estreno de “Milongón” de Francisco Canaro.
Un año después de esta reunión, en 1931, Manuel Silva escribe el libro “Guía del tango salón”. En sus páginas, el autor enseña a los bailarines aspirantes las figuras básicas del tango mediante una serie de lecciones explicadas al detalle e ilustradas puntillosamente, paso a paso, y completando la información con imágenes de las posturas consideradas más convenientes (o de moda) en esa epóca, cuando en la Argentina se tomaba el té a las cinco y se milongueaba en coquetos salones iluminados con lámparas de pesado alabastro.
García Jiménez cierra el capítulo dedicado a Gardel en Mar del Plata con una simpática anécdota: “Un cordial amigo de los componentes del dúo, Francisco Lomuto – relevante figura de la música popular y animador tradicional de los bailes del Club Mar del Plata – recuerda un divertido episodio de aquellas temporadas.
Se hospedaban en el mismo hotel, y un mediodía, después del almuerzo, los oyó pedir una caja de toscanos.
Lomuto, gran fumador como Gardel, les preguntó sorprendido:
– Ustedes fuman toscanos?…
Claro, Pancho – le dijeron -. Es Io que hay que fumar para conservar la garganta como una seda. No esos cigarrillos rubios, pura parada, con los que vos te estás envenenando.
Trajeron la caja pedida y el músico vio que Carlos y José eligieron al tacto, muy minuciosamente, como buenos conocedores, un par de los itálicos cigarros.
Coincidía eso con el término de la actuación de los cantores en Mar del Plata y, su partida para Buenos Aires.
Lomuto les tomó miedo a los aromáticos cigarrillos «que lo estaban envenenando» y se consagró a los toscanos después de vencer las primeras náuseas. Fumar ya no fue un placer para él. Aspiraba aquellos retorcidos y duros palitroques, como siguiendo un consejo médico, y se pasaba el día enjuagándose la boca con mentol.
Regresó por fin a la capital. Y se encontró con Gardel y Razzano. Qué veo? —rugió Lomuto.
Avanzó hacia ellos y los manoteó de las solapas, tomados “infraganti”: Bandidos! ¿Éstos son los toscanos que fuman ustedes?.
Los dos bromistas estaban saboreando sendos cigarrillos rubios”.
De aquella aventura veraniega nació una ranchera titulada “En la tranquera” que Francisco Lomuto firmó con el seudónimo “Pancho Laguna”, grabada por Carlos Gardel el 21 de agosto de 1930, con el acompañamiento de las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol.
A Mar del Plata yo me quiero ir / sólo una cosa falta conseguir
lo que yo tengo es mucho coraje / sólo me falta plata para el viaje.
Tengo un chalet en la calle Colón / a pocos metros del viejo Torreón
es un cottage de un estilo antiguo / que me ha prestado, claro, un buen amigo.
No crean por esto que vivo de arriba / que no pago a nadie, que soy tiburón para que sepan, yo soy muy decente / culto, inteligente y de buen corazón.
Pero yo seguiré con mi convicción / y llegaré a Mar del Plata a pie o si no en avión.
(recitado)
Y si siempre “En la tranquera” me quedé hasta ahora
qué le voy a hacer
ya encontraré una pebeta y entonces. ¡Sí, van a ver”!
Si alguna chica se quiere casar / y fácil novio quiera conquistar
dos condiciones son indispensables / que tenga plata y la mamá no hable.
Es muy difícil en la actualidad /el problemita de formar hogar
y las que tengan muchas pretensiones / mejor que pierdan esas ilusiones. No crean por esto que vivo de arriba / que no pago a nadie, que soy tiburón, para que sepan yo soy muy decente / culto, inteligente y de gran corazón.
Bibliografía
Diario La Capital, Mar del Plata, miércoles 10 de febrero de 2016
https://es.wikipedia.org/wiki/Patricio_Peralta_Ramos https://es.wikipedia.org/wiki/Club_Mar_del_Plata https://fotosviejasdemardelplata.blogspot.com/
Vida de Carlos Gardel – Francisco García Jiménez Revista Club de Tango – 1990
https://www.todotango.com/creadores/biografia/261/Mario-Pardo/ Revista O Cruzeiro – Brasil – 1957
Guía del tango de salón – Manuel Enrique Silva – Año 1931
Martina Iñiguez para Fundación Internacional Carlos Gardel