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Viaje a New York, el gran desafío (Segunda parte)

SUCESO GARDELIANO N°40 - 23/07/2021

El éxito en NBC, Gardel vuelve al proyecto madre que lo llevó al país el norte, ¡Filmar! Tras las arduas negociaciones con la Paramount,  firma contrato para filmar sus próximas dos películas. Con el adelanto recibido, funda “Exito Productions”, su productora, consolidando de esta manera el proceso de convertirse en empresario. 

1934 Gardel en Nueva York

Tal como lo habíamos contado en la primera parte de la nota, Gardel inicia, por razones del destino, su último gran desafío en Estados Unidos, siendo el cambio evolutivo que venía gestando el hecho más importante a esta altura de su vida, y sin ninguna duda la base de este cambio fue haberse convertido en un empresario, no solo por crear su propia productora, sino por sumar el concepto de un equipo de trabajo liderado por él. Si bien este proceso se había empezado a evidenciar en su segundo film en el año 1932 en Francia, al incorporar a Alfredo Lepera en las letras y guiones y a Armando Defino en el manejo de las finanzas en Argentina. 

Llegado a los Estados Unidos, y tras el éxito en NBC, Gardel volvió al proyecto madre que lo llevó al país el norte, ¡Filmar! Su Primer encuentro fue con la Fox, con quien estableció negociaciones; la oferta fue de 15.000 dólares por la realización de dos películas, cifra que Gardel rechazó, haciendo valer su arte, realizo una contraoferta de 50.000 dólares más el 5% de regalías y sabiendo perfectamente que buscaban una figura como la suya para desarrollar este tipo de filmes. En una carta a su apoderado Defino comentó: “Ya sabés, yo comprendo que para rebajar hay  tiempo, pero no hay derecho que se lleven todo, ya vendrán por mi carnicería a buscar carne pa‘l gato…” Finalmente logró un provechoso contrato con la Paramount, tras la firma del contrato para filmar sus próximas dos películas; con el adelanto recibido funda “Exito Productions”, su productora, de la cual poseía el 100% de las acciones, permitiéndole en principio el control total en sus películas, y la herramienta jurídica para lograr el apoyo financiero, porque, todos sabemos, que las buenas ideas sin el apoyo del capital, son solo buenas ideas.

Gardel había terminado de conformar el equipo sumando a Alberto Castellanos y a Terig Tucci en las composiciones musicales, y a un secretario y profesor de idiomas, Joe Plaja, que le permitía disponer del tiempo necesario para liderar el equipo y cumplir con los compromisos actorales. Como particularidad significativa, todos, además de tener conocimientos acabados, y no solo de sus propios oficios, sino por haber crecido profesionalmente en Europa o Estados unidos, hecho fundamental para esta empresa.  

A esta altura Gardel había entendido que existía un “Gardel producto”, que debía mantener y hacer crecer y un “Gardel empresario”. Con su propia productora, Gardel tendría el control no solo de los guiones sino de la producción y de esta forma podría resaltar y mostrar los aspectos más significativos de su arte y figura. 

Carlos Gardel firmando contrato con los directivos de la Paramout, Eugene Sperry consejero legal de Gardel y John W Hicks Jr. vicepresidente de la Paramount, 1934. Der.: Estudios de la Paramount en Astoria, New York.

En el mes de marzo Gardel hizo viajar a Le Pera desde París para que comience a escribir los guiones y las canciones de las dos películas, “Cuesta Abajo” y “El tango en Broadway”, dirigidas por Luis Gasnier y musicalizadas por Alberto Castellanos y Terig Tucci.

Los estudios de la Paramount ocupaban dos manzanas en Astoria, una localidad que forma parte de la ciudad de Nueva York, separada de Manhattan por el East River. Las negociaciones que condujeron al rodaje de las películas se vieron coronadas con resultados satisfactorios y el comienzo de las labores cinematográficas era inminente. La empresa tuvo la cortesía de invitarlos a una visita previa para familiarizarse con las dependencias, los jefes y personal técnico, y para que se les asignaran sus respectivos camarines, sala de maquillaje, lugares de ensayo, etc. 

En mayo en Long Island, distrito neoyorkino, comenzaron la filmación de “Cuesta abajo”, protagonizada por Carlos Gardel, Mona Maris, Vicente Padula, Anita del Campillo, Manuel Peluffo, Carlos Spaventa, Alfredo Le Pera y Jaime Devesa. Gardel interpreta a Carlos, un estudiante de leyes, obsesionado por el amor de Raquel, una mujer quien lo acompañará a París para cantar. La relación entre ellos se deteriora, viajan a Estados Unidos. En un bar de Brooklyn donde canta, Carlos es atacado por un “cafisho” con una navaja, pero logra desarmarlo. Más tarde, la situación empeora y es detenido por un amigo, a punto de estrangular a su enamorada, escena en la que interpreta el tema Cuesta Abajo. Posteriormente Gardel envuelto por la nostalgia vuelve a Buenos Aires, mientras interpreta el tango Mi Buenos Aires Querido.

Izq.: En un descanso del rodaje de «Cuesta abajo”, Alfredo Le Pera, Alberto Castellanos, Mona Maris y Carlos Gardel. Der.: Carlos Gardel durante un desayuno del rodaje con sus guitarristas, Mona Maris, Alfredo Le Pera y Vicente Padula.

Estaban en plena actividad, todas las mañanas, incluso los sábados tenían cita en los estudios de Astoria, donde se rodaba «Cuesta abajo». Su rutina diaria se había hecho más rígida con las muchas obligaciones que la filmación de la película imponía. Esta nueva fase de su residencia en el norte, despertó un tremendo dinamismo en Gardel. Tenía ahora contados todos los minutos del día, desde muy temprano a la mañana, hasta bien entrada la noche, todo su tiempo lo dedicaba al intenso estudio de su papel, ensayos con los demás artistas, comentarios con el autor y el director, además de resolver docenas de problemas pequeños y grandes, que inevitablemente aparecen durante el rodaje.

Backstage escenas de “Cuesta abajo”, izq.: Anita Campillo, Carlos Gardel, Mona Maris y Vicente Padula. Der.: Gardel, Mona Maris, Alfredo Le Pera y Vicente Padula.

En una carta a Armando Defino le comenta “… Yo quisiera que entre la segunda película y las otras dos me dieran algún tiempo para poder prepararlas como Dios manda. No podés imaginarte la cantidad de inconvenientes que debemos vencer para terminar estos films. Hemos estado a bronca diaria y seguimos estando. La tremenda dificultad son los actores. Es imposible hacer un buen reparto y conseguir los dos o tres elementos argentinos centrales para dar a un film un carácter porteño. En «Cuesta abajo» hemos salido del paso decorosamente, pero también a costa de broncas rabiosas. En el segundo film la cosa es más seria. Bocharon a la Guzmán y ésta es la hora en que andan desesperados buscando mujeres que valgan la pena…»

La segunda película, «El tango en Broadway», abordaba el tema de artistas argentinos en Nueva York. Era ésta una buena oportunidad para introducir en ella una canción de tipo norteamericano, con ese propósito comenzó a frecuentar algunos teatros y cabarets y a comprar discos con los últimos éxitos de la canción popular. Gardel se proponía escribir algunas canciones al estilo norteamericano. «El tango en Broadway» debía ser una película de carácter ligero, voluble, superficial. En el ambiente norteamericano de aquellos días se encontraban pocas cosas que tuvieran esas cualidades.

Backstage, Carlos Gardel junto a Blanca Vischer en escenas de «El Tango en Broadway», 1934.

Protagonizada por Carlos Gardel, Trini Ramos, Blanca Visher, Vicente Padula, Jaime Devesa, Manuel Peluffo, Agustín Cornejo, Carlos Spaventa, Suzanne Dulier, Alberto Infanta, Carlos Gianotti y José Moriche. Alberto Bazán (Carlos Gardel) es un joven frívolo, poco interesado por el trabajo y los negocios, que mantiene una relación con una bailarina llamada Celia. Su estricto tío le anuncia una visita y, entonces, preparan un engaño: convierten a Laurita, la secretaria de Alberto, en su novia y Celia termina haciendo el papel de secretaria. Una divertida comedia de enredos que culmina con Alberto enamorándose de Laurita y el tío, dejando de lado su seriedad, entusiasmado con Celia.

Carlos Gardel en escena y backstage del rodaje del tango Golondrinas del film “El tango en Broadway”.

Mientras trabajaban en las canciones que integrarían la película —tres de las cuales eran de carácter argentino: dos de los mejores tangos de Gardel: «Soledad» y «Golondrinas»; y una canción criolla: «Caminito soleado»— apareció Le Pera con una idea para la canción norteamericana, las primeras líneas del fox-trot «Rubias de Nueva York», que dicen: Peggy, Betty, Julie, Mary, rubias de New York. Armado con esas dos líneas, Gardel no tuvo dificultad en improvisar una melodía de carácter ligero y alegre, con ritmo de fox-trot movido; que luego Tucci, en su carácter de músico y conocedor del ambiente, desarrolló y armonizó la melodía dándole ciertos rasgos locales, que la amoldaran al estilo de la canción norteamericana. Así nació «Rubias de Nueva York». La canción gustó en el mundo de habla hispana, pese a estar fuera del estilo interpretativo de Gardel. La gracia criolla que Gardel le infundió, era más que suficiente para compensar su falta de autenticidad. Ya que la canción tiene algunos errores fonéticos, que tal vez conspiraron contra su mejor aceptación, particularmente en los Estados Unidos. La acentuación de los nombres propios es correcta en la primera parte de la canción. El estribillo comienza con las palabras: «Es como un cristal la risa loca de Julí»… Este nombre propio debía escribirse Julie, diminutivo de Julia, y el acento fonético debió caer en la primera sílaba Júlie, y no en la segunda, como aparece en la canción: Juli, este mismo error se presenta en otros pasajes de la pieza. Donde debiera ser Péggy es Peggí; Mary es Mari; Betty es Bettí. Ante esta discrepancia Le Pera aducía, y con razón, que el defecto era musical; Gardel no quería cambiar la «cantabilidad» de la frase musical, que inicia el estribillo, con lo cual se produjo una «impasse» que no pudo resolverse nunca; se acercaba el día de la grabación y estábamos todavía con los acentos imperfectos. Por fin, tratando de salir de este obstáculo, Tucci sugirió que Gardel prolongara ligeramente el nombre July, con lo que se encubría un poco el acento agudo, así se hizo, y si bien el número salió aceptable, una cierta gracia de la composición fue sacrificada a causa de la obstinación de los dos hombres.

Izq.: Carlos Gardel y las “Rubias de New York” Der.: Carlos Gardel filmando una escena de “El tango en Broadway”.

Los días se sucedían encarrilados al objetivo común de la película, mientras aumentaba el metraje rodado. Raramente ocurría algún incidente en el estudio. Pero un día, durante la filmación de la segunda película, «El Tango en Broadway», hubo un tragicómico episodio. Desde hacía varios días se había desarrollado un cierto antagonismo entre Le Pera, el autor, y Gasnier, el director. Le Pera no estaba muy contento con la interpretación gálica que el director francés imprimía a sus diálogos. Le Pera, siempre correcto, sugería algunos cambios de énfasis en las lecturas de sus líneas, que pintase con más fidelidad el ambiente de esta película de argentinos en Nueva York. Aparentemente, el director, en desacuerdo con el autor, no prestaba atención alguna a sus indicaciones. La rivalidad de ambos hombres iba en crescendo. Por fin, el conflicto estalló abiertamente. La escena que siguió al estallido fue de tremendo griterío y desenfrenada gesticulación. Ambos caballeros se insultaban en francés. A pesar de la intervención de algunos pacificadores, los contendientes continuaban arrojándose mutuos insultos con el entusiasmo de adolescentes. A todo esto, Gardel, que había permanecido neutral en la gresca, se divertía como nunca viendo a Castellanos, «el enemigo» de Le Pera, tratando de defender a este último, que era, después de todo, su amigo y compañero de trabajo. Las miradas furibundas que le echaba a Gasnier no dejaban lugar a dudas de la convicción con que apoyaba a Le Pera. La trifulca era cómica: en el centro de la escena dos hombres se insultaban repartiéndose improperios; en derredor, todos los trabajadores del «set», incrédulos, observaban sin perder detalles y allí, al lado mismo de los intrépidos altercantes, se erguía la figura soberbia de Castellanos, calvo como una bola de billar, los ojos amenazando salirse de las órbitas en su vehemente defensa del compañero, sus facciones desencajadas, gesticulando como un energúmeno, y sin prestar atención alguna a las estridentes risotadas de Gardel. La bulla duró bastante tiempo. Al amainar la tormenta, con los ánimos de los litigantes todavía exaltados, se consideró prudente suspender las labores del día. Al salir del estudio, todos bastante alterados aún, la cortés urbanidad del obsequioso «hasta mañana», se quedó sin decir.

Carlos Gardel y Conchita Vila la conocida art argentina que puso los bailables en “El tango en Broadway”. Der.: Carlos Gardel, Trini Ramos, el director Louis Gasnier y Alfredo Le Pera, en un descanso de la filmación de “El tango en Broadway”.

Se aproximaba el final de la segunda película, «El tango en Broadway», mientras Gardel hacía preparativos para su viaje a Francia, Alberto Castellanos debía partir para Buenos Aires y Enrique de Rosas salía para Hollywood, donde figuró más tarde en varias películas en inglés. Los directores americanos ni bien reconocieron el talento histriónico de Gardel lo buscaron afanosos; infortunadamente, su escaso conocimiento del idioma inglés fue una barrera insalvable que se interpuso en su camino hacia la conquista del cine norteamericano. Las dos producciones se convirtieron en grandes éxitos, especialmente entre la comunidad hispana residente en Nueva York.

En esta carta a Armando Defino (16/10/34), se aprecian sus proyectos y deseos de superación; comenta: «… Creo que vamos obteniendo lo que nos proponíamos: artistas argentinos y españoles para los próximos films, mayor tiempo para preparar las películas, etc. Quiero matar el punto en las próximas y espero que lo conseguiré, sin apuro y con mucho detenimiento. Para la tercera y cuarta película he pensado en Enrique De Rosas, en Gloria Guzmán y tres artistas que haremos venir de ésa. Trabajando con artistas creo que yo mismo estaré mucho mejor.

Vos no te imaginas lo terrible que es hacerlo al lado de principiantes que acaban por achicarlo a uno, cuando yo tengo necesidad justamente de que me agranden… Cuando veas «El tango en Broadway» te darás cuenta una vez más de lo difícil que resulta hacer películas honorables sin elementos…»

Entre el 27 de Julio y el 24 de agosto, registraron en los estudios de la compañía Americana RCA Victor las canciones de “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway” y las primeras versiones de los números musicales de “Cazadores de Estrellas”, que recién se filmaría en los últimos días de diciembre de ese año 1934.

Finalizadas las dos primeras películas en Nueva York, Gardel comenzó a pensar seriamente en su futuro económico, veía a la radio y al cine como los dos medios de comunicación propicios para difundir su arte, que a su vez le otorgaban un alivio a su trabajo. 

Los futuros planes de trabajo fueron aclarándose. El reparto de «El día que me quieras» había sido completado con la valiosa adquisición de Rosita Moreno, la estrella hispana de notable actuación en Hollywood; las relaciones de Gardel y Le Pera con el director Gasnier no eran buenas; un cambio de director era imperativo. Mediaban consideraciones importantes que hacían necesaria esa decisión. El director de películas carga sobre sus espaldas tanta responsabilidad como el autor o el protagonista mismo. Las malas relaciones con Gasnier de Gardel y Le Pera afectaban la buena labor de todos, la situación no era propicia, lo que decidió que la tercera y cuarta películas estuvieran bajo la dirección de John Reinhardt, un joven director norteamericano, que hablaba fluidamente español, tenía prestigiosos antecedentes e iba a ser más dúctil a las sugerencias de Gardel.

Con la terminación de las dos primeras películas, labor asignada para el primer año, pudieron gozar de un bienvenido asueto; con excepción de Le Pera, que seguía trabajando furiosamente en los libretos de las próximas dos películas: «El día que me quieras» y «Tango bar».

Estreno del film “Cuesta abajo” en el Teatro Campoamor, New York, 10 de agosto de 1934.

El anuncio del estreno de «Cuesta abajo» en el Teatro Campoamor, de la barriada hispana, tenía al avispero latinoamericano en pleno revuelo, todo el mundo quería ver la primera película de Gardel rodada en los Estados Unidos. Era obvio que el teatro, con sólo 1.500 localidades, resultaría chico ante la demanda popular; agréguese a esto la propaganda que la Paramount había desencadenado en la radio y la prensa y se tendrá una ligera idea de la fiebre que existía en el ambiente. La función se había fijado para las 9 de la noche, dos horas antes era absolutamente imposible acercarse al Campoamor, invadido ya por una ola humana sin precedente en la historia del barrio. Cuando se hizo evidente que la muchedumbre amenazaba el éxito de la velada y para apagar los ardores del público, muy apropiadamente se resolvió llamar al cuartel de bomberos para reforzar a la policía y así mantener el orden. Policías y bomberos abrieron finalmente un sendero en la masa humana, para que los invitados, y los felices poseedores de entradas, pudieran llegar a las puertas del teatro; a la hora de la función había mil quinientos asientos ocupados, mil personas paradas en los pasillos laterales y en el vestíbulo, y diez mil más que se agolpaban a las puertas del teatro y desbordaban en la acera y la calle pugnando por entrar, imposibilitaban el tránsito de peatones y vehículos. La empresa hizo colocar altoparlantes en la calle, en deferencia a quienes no habían podido entrar, para que pudiesen escuchar las canciones y los diálogos de la película. La entrada de Gardel y su comitiva hubiese sido materialmente imposible de no mediar la ayuda de la policía y los bomberos, que a fuerza de súplicas y empujones abrieron un camino en el denso mar de gente. Los saludos, gritos y los «Viva Gardel» eran ensordecedores. Con su más afable sonrisa e irradiando satisfacción y felicidad, Gardel agradecía las demostraciones de afecto. Su plana mayor pasó directamente al palco de honor. La aparición de Gardel en el palco cobró caracteres apoteósicos. El público, de pie, aplaudía frenético. La demostración duró más de quince minutos. El empresario tuvo que salir al proscenio y suplicar al público que se tranquilizara para poder dar comienzo a la función. Por fin, se oscurece la sala, se ilumina la pantalla, y a los pocos momentos se oyen en los altoparlantes los acordes de apertura. La pantalla anuncia con imponentes letras: PARAMOUNT PICTURES PRESENTA A CARLOS GARDEL EN «CUESTA ABAJO» Hacer un relato de las innumerables interrupciones al final de cada canción, en que las explosiones de aplausos eran tan espontáneas, ruidosas e inevitables como un aluvión, sería punto menos que imposible. Una demostración seguía a otra, con el mismo entusiasmo, con igual vehemencia. La función, que debió terminar a las once, se prolongó hasta la una de la mañana. La demostración de admiración y cariño, que al terminar la película le tributó el público, nuevamente de pie, rayaba en idolatría. Los gritos de «¡Viva Gardel!» sonaban por todos los ámbitos del teatro. A pedido del público, Gardel dijo unas pocas palabras y agradeció con frases sencillas, muy bien dichas porque eran sinceras, el cálido recibimiento de que había sido objeto. Esto desató más demostraciones, con renovado entusiasmo. El pandemónium se prolongaba interminable; ¡Qué fenómeno, viejo; qué fenómeno! Había sido, en verdad, una noche de triunfo. Y si bien Gardel esperaba un buen éxito del estreno de su primera película en Nueva York, nunca había soñado que tendría la extraordinaria, colosal aceptación que el público le dispensó. Y continuaba con su monólogo criollo: —¡Qué fenómeno, viejo; qué fenómeno! Le Pera, no menos feliz, proclamaba su contrapunto porteño: —¡Qué cañonazo! ¡Qué cañonazo!.

El día anterior a su partida, lo pasó Gardel escribiendo largas cartas, particularmente a su administrador y amigo Armando Defino, a quien daba detalladas instrucciones referentes a negocios pendientes, cobros y otros asuntos y contaba su sueño de construir unos estudios cinematográficos que llevarían el pomposo título: ESTUDIOS CINEMATOGRÁFICOS CARLOS GARDEL y seguía soñando: Presidente y Propietario: Carlos Gardel; Director de Cinematografía: Alfredo Le Pera; Director Musical: Terig Tucci.

La víspera de su salida para Francia, se ofreció una cena de despedida para Gardel en la casa de Tucci, con los otros compañeros de trabajo y un grupo de viejos amigos de él. Se decidió que la comida fuese estrictamente argentina con empanadas criollas, hechas en casa y chinchulines, especialmente encargados a un compatriota. El plato de resistencia era un locro provinciano con choclos; de postre sirvieron mazamorra. Un vino tinto añejo de Mendoza acompañó estos manjares con digna jerarquía. De aperitivo se sirvió caña, la famosa pólvora líquida argentina. Se prescindió del café por extranjero, sirviéndose, en cambio, mate cocido. La comida fue un éxito despampanante. Estuvieron en derredor de la mesa más de tres horas. Para animar la reunión se ofreció hacia medianoche otro mate cocido especial, reforzado con caña doble, fuerte y explosiva.

La estancia de Gardel en Estados Unidos se vio interrumpida cincuenta días, cuando retornó a Europa, donde no tuvo actividad artística alguna. Descansó y visitó a su madre en Toulouse. Lo inmediato era el viaje de Gardel a Francia, rodar las otras dos películas del contrato en Estados Unidos y la gira por diversos países de la América Latina. Según las opciones que tenía, Gardel con la Paramount, tendría que rodar de dos a cuatro películas más, antes de que su actuación en los Estados Unidos llegase a su conclusión. Todo esto, sin contar con otros planes que tenía la empresa. Gardel no progresaba en su estudio del idioma inglés (ni hacía mayores esfuerzos) y la falta del idioma significaba una valla infranqueable que le impedía actuar en el cine norteamericano.

 

Walter Santoro para Fundación Internacional Carlos Gardel

Basado en el libro de Terig Tucci «Gardel en New York».